domingo, 17 de marzo de 2013

Los amantes despechados

 
A día de hoy, mi género literario favorito es la crítica musical a los nuevos discos de Sr. Chinarro, acompañada de las correspondientes entrevistas promocionales a Antonio Luque.
 
 
(Aclaro antes de seguir escribiendo, y lo hago con la intención de atribuirme cierta objetividad, que evidentemente no es tal, pero esperando que se entienda mi neutralidad con respecto a los demás actores de los que hablo en el texto, que no soy de esos chinarristas primigenios – ninguno de los doce – capaces de recorrer kilómetros en procesión para ver sus conciertos, sin importar si realmente acababan siendo tan terribles como hoy se cuenta. De hecho, sólo he asistido a un concierto de Sr. Chinarro, en la Joy, presentando Presidente, y guardo de él un recuerdo excelente, no tanto por la actuación, que fue más que correcta, sino por las circunstancias que me rodeaban.
Se trataba de una de mis primeras citas con cierta chica a la que había empezado a ver poco tiempo antes. Nos habían regalado las entradas a uno de los dos, no recuerdo a quién, y antes de ir a la sala, cuando pasó por mi casa a recogerme, nos acostamos. El sexo resultó terrible, porque a veces cuesta adaptarse a una persona nueva, acostumbrados como estamos cada uno a nuestras particulares filias y fobias, satisfechos con nuestro repertorio habitual. Pero no por ello quiero perder la oportunidad de aconsejaros lo de follar al principio de la cita. De esa manera, el resto de la noche estaréis mucho más relajados y tranquilos, sin ese nerviosismo incómodo que sí, tiene su encanto, pero puede acabar guiándote hacia meteduras de pata terribles. Y si resulta que lo único que te interesaba de la otra persona era el sexo, ya puedes marcharte sin problemas. Y si no era así, al final de la cita podréis volver a hacerlo en plenitud de facultades.
A la salida del concierto, los relaciones públicas de la sala regalaban invitaciones con consumición para volver a la Joy en su versión discoteca cualquier día entre semana. Las aprovechamos un par de miércoles después y pudimos comprobar lo divertidamente sórdido que era el ambiente allí los días que no hay concierto. El local estaba medio vacío, solo poblado por parejas de bastante edad y bastante poco atractivo, y alguna que otra formada por tíos feos con camisa de rayas y zapatos náuticos, acompañados de chicas demasiado guapas y demasiado rubias como para estar con ellos solo por su buen corazón. No quisimos comprobar si el parecido con un local de intercambio quedaba ahí o si llegaba más lejos, porque, por suerte, para entonces, ya nos habíamos acoplado el uno al otro y el sexo era fantástico y no necesitábamos de terceros o cuartos acompañantes. Y creo que me estoy alejando más de lo previsto de mi objetivo inicial. Vuelvo a Chinarro.)
 
Hubo un momento, allá por la década de los 2000, en que algo cambió en la música de Antonio Luque. Después de haber disfrutado durante años de un incuestionable reconocimiento crítico y del apoyo de un núcleo de fans tan fieles como escasos, sus canciones empezaron a hacerse más y más populares, sus conciertos llenaban salas cada vez más grandes y ese festival indie itinerante que recorre España llevando siempre a los mismos grupos pero cambiándose de nombre en función de la ciudad en la que recale, le hizo cabeza de cartel. Me atrevería a decir que hasta empezó a vender más discos, pero esto sí que sería una exageración difícil de justificar. Cuanto menos, empezó a dejar de venderlos a menor velocidad que el resto. Pudo dejar su trabajo como ¿capataz? en una fábrica de bollería industrial (un articulista mucho más malvado que yo diría que la fábrica también salió ganando con su renuncia, porque, atendiendo a su pérdida de peso desde que se produjo, Luque debía comerse un importante porcentaje de la producción) y dedicarse profesionalmente a la música, lo que, por lógica, se tradujo en la publicación de trabajos mucho más profesionales, pero a los que los chinarristas tradicionales achacan cierta pérdida de magia.
Como digo, es relativamente difícil situar el momento en el que se produjo el cambio (aclaro que no me refiero tanto al cambio estilístico, que también existió, pero que aquí me interesa menos, como al cambio en la acogida que tuvieron sus obras). Para una más cómoda visualización, podría asociarlo al momento en que se dejó la barba y perdió la barriga, enguapando considerablemente, pero no sería del todo fiel a la verdad. Creo que eso lo hizo entre Ronroneando y Presidente, y para entonces ya estaba metido de lleno en su exitosa nueva etapa (porque, de hecho, nadie se atreve con según qué cambios de look a partir de cierta edad si no se hace respaldado por la confianza que proporcionan dos mil fans cantando tus canciones).
 
Supongo que el momento en el que nace el Chinarro exitoso fue cuando fichó por Mushroom Pillow. Cierto es que venía de haber sido elegido disco del año por la Rockdelux con El fuego amigo, lo que seguro que fue un espaldarazo considerable a nivel de público, pero dudo que sin el apoyo promocional de Mushroom y, sobre todo, sin Ártica detrás del booking de sus conciertos, Luque hubiese tenido el éxito que tiene hoy. Además, justamente es con ellos con los que empieza a sacar sus discos polémicos, aquellos de los que sus antiguos fans desconfían tanto: el, siempre a mi juicio, excelente El mundo según, los mediocres Ronroneando y Presidente, que no obstante tienen algunas canciones maravillosas (Babieca, El gran poder, La resistencia), y el terrible, por calidad y longitud, Menos samba, que la verdad es que no hay por dónde cogerlo. Dejo fuera de la lista el recientemente editado Enhorabuena a los cuatro, que no he podido escuchar suficientemente. Y es con esto que, siete párrafos y un par de confidencias sexuales después, vuelvo a mi punto de partida: las críticas y entrevistas musicales derivadas de estos discos.
No sé si recelosos de la popularidad de quien antes era su secreto particular, o realmente molestos con sus nuevas formas de hacer, los chinarristas, tímidamente primero con El mundo según, y ya desbocados desde Ronroneando, convierten sus reseñas en auténticos ajustes de cuentas a Antonio Luque. Como amantes despechados, le echan en cara que haya dejado de ser la persona de quien ellos se enamoraron. Quieren otros quince años como los quince primeros. Desconfían de las nuevas compañías de Luque. Ellas nunca le querrán como ellos lo hicieron. Lo suyo era especial, y esto solo son polvos de una noche. Se esfuerzan en creer que a él tampoco le gustan sus nuevas canciones, como cualquiera se engaña pensando que su ex en realidad no es feliz con el tío por el que le dejó. Convencidos de que no se trata más que de una canita al aire provocada por la crisis de los 40, le dejarán volver a casa cuando se dé cuenta de su error, pero no sin darle antes un buen rapapolvos. “¿Te has visto bien? Aféitate la barba y cómete un puchero. ESTÁS RIDÍCULO”.
Por su parte, Luque no pierde oportunidad de criticar a sus antiguos fans en ninguna de sus entrevistas. Él, más que un amante despechado, es esa ex que no sabe ganar. Se ha quedado con el piso, ha encontrado un nuevo trabajo en el que gana más que tú, y está más joven y guapa que nunca. Pero no puede llevarlo con elegancia, sino que se trae al nuevo novio para enrollarse con él delante de ti en la fiesta de tu amigo. Luque está convencido de que sus antiguos fans nunca le quisieron de verdad. Solo le usaron para sentirse especiales. Es más, ni siquiera a él le gustan sus antiguos discos. Todos eran una porquería (¿existe algo más doloroso que que una ex te tire por tierra un bonito recuerdo de amor?). Él no les debe nada. “Estoy genial. Estupendo. Me va mejor que nunca. Y NO ES GRACIAS A VOSOTROS”.
Amigos chinarristas, Luque realmente no os debe nada, y actuáis como si sí. Pensáis que le habéis dado los mejores años de vuestra vida, cuando es él quien os dado los mejores años de vuestra vida. Os ha dado un montón de canciones que habéis disfrutado enormemente gracias a las cuales os habéis podido sentir especiales en esos años en los que sentirse especial es tan importante. Daos cuenta de lo insano que es esperar que alguien, y tu relación con él, no evolucione, sea en el sentido que sea; de lo mezquino que resulta desear que esa persona permanezca siempre igual, solo por vuestra comodidad. Alegraos de su éxito actual. Y si realmente, como vosotros pensáis, resulta que todo es un simple espejismo, que con quien realmente es feliz él es con vosotros, siendo quien solía ser, disfrutad del reencuentro cuando atienda a razones y regrese con la cabeza gacha.
Luque, está muy feo hablar con tanto desdén de tus antiguos seguidores. Piensa que su apoyo, en parte, te ha permitido llegar a donde estás hoy. No les debes nada, pero tampoco les desprecies. No tires por tierra tus antiguos discos solo para hacerles daño. Dudo que realmente pienses que eran tan malos, pero sobre todo, para ellos son algo muy especial, y está feo arrebatarles eso. Claro que ellos te quisieron de verdad. Y entiende sus celos y su despecho. A ti ahora te va bastante bien. No les maltrates.
Como la chica con la que fui a aquel concierto y yo, cuando Luque y los chinarristas os encontrasteis erais dos personas suficientemente singulares como para que no todo funcionase a la primera. Pero conseguisteis haceros los unos a los otros hasta acabar transformando esas primeras experiencias terribles en algo fantástico, único y especial, que os unía al otro como no habíais estado unidos a nadie. Y, al igual que me pasó a mí con esa chica, los dos evolucionasteis hacia caminos distintos y esa unión se desdibujó. Pero no perdáis el tiempo revisitando una y otra vez aquello que os separó. Recordad los buenos momentos, y disfrutad esa canción buena que sigue habiendo en todos los discos de Sr. Chinarro y que aún os une a él, como yo disfruto de los quince minutos en que esa chica y yo conseguimos dejar de echarnos cosas en cara cada vez que quedamos a tomar café.

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