sábado, 20 de abril de 2013

Frédérique (todo esto es tan teenager).


Ayer me escribió mi amiga Frédérique después de varios años de no saber nada el uno del otro. “Hola fantasmatico” decía el asunto de su mail, en lo que no sé si es un error de expresión derivado de la falta de práctica del español, o una brillante licencia poética. En él me decía que iba a venir unos días de visita a España con su novio, y quería saber si podríamos vernos en algún momento para tomar café.

Fred fue mi último amor adolescente. Lo que no tendría por qué tener nada de malo si no fuese porque cuando me enamoré de ella yo ya tenía 22 años (la misma edad que tenía ella, eh; ésta no es una historia de pedofilia).
Cuando hablo de amor adolescente, me refiero a ese tipo de amor que no tiene ninguna base en la realidad, en que idealizas completamente a la otra persona y te convences de que tu única posibilidad para ser feliz es serlo a su lado, a pesar de que todo indique lo contrario.
En noviembre de 2006 Frédérique llegó a Madrid desde París gracias a las añoradas becas Erasmus (tal y como dice Fran Nixon, ¿cómo se hacen hombres los jóvenes ahora, que no hay ni mili ni Erasmus?). La primera vez que la vi en clase no sabía si darle un beso o un bocadillo. Fred es muy bajita, en torno al metro cincuenta, y muy, muy delgada. Si la pesásemos justo después de comer, llevando varios jerseys y botas de montaña, podría llegar a pesar… No sé, ¿40 kilos? Al menos por aquel entonces, así era. Pero además de eso, era rubia ceniza, tenía los labios muy carnosos y los pómulos marcadísimos. Y nunca he visto a nadie bailar mal tan bien como lo hacía ella.
Y a mí me volvía loco.
“¿Ves a esa chica que parece recién salida de un campo de concentración alemán?”, le dije a mi amigo Javi Agudo el siguiente día que Fred apareció por clase. “Estoy enamorado de ella”.
Frédérique era básicamente el prototipo de chica francesa que había aprendido a idealizar en las películas. Sabía, de hecho, muchísimo de cine, y consiguió una beca en la Filmo para trabajar restaurando películas viejas. Que los gases tóxicos que respiraba al hacerlo fueran sumamente nocivos para sus pequeños pulmones y no hicieran más que hacerle toser sin parar, no hizo sino darle aún más encanto.
En la parte de los contras, Frédérique no tenía ni el más mínimo gusto musical.
El caso es que tardamos poco en hacernos muy amigos, y tal y como os podéis imaginar, pasé el resto del año enamoradísimo de Fred en secreto. Y no, no lo llevé de una manera muy madura, y dediqué gran parte del tiempo a fustigarme por no poder estar con ella. Lo que en realidad era exactamente lo que buscaba enamorándome de alguien así.
En cualquier caso, y dentro de ese “sufrimiento gozoso”, tuve muchos momentos de felicidad con Fred. Son unos momentos de felicidad muy nerds, pero que recuerdo con mucho cariño.
Un día, bebiendo en su casa a las 9 de la mañana, mientras ella cocinaba arroz y yo le descubría música española, se acercó a mí mientras yo estaba tumbado en el sofá. Mirándome con nuestras caras invertidas, como en el beso de Spiderman, se puso muy seria y me dijo: “Sé artes marciales. ¿Sabes que puedo matarte de más de mil maneras?” Me tiró entonces al suelo, me inmovilizó (o me dejé inmovilizar, porque aunque no sea el tío más fuerte del mundo, con una chica de 40 kilos, puedo) y me llenó la cara de queso Philadelphia a la vez que me la lamía. De ahí saqué una cacerola de arroz quemado, y la canción (Todo esto es tan) Teenager.
Otro día que recuerdo con mucha ternura fue cuando escuchamos la Superbowl juntos por la radio en su casa. Su abuela acababa de morir, y ella no tenía dinero para ir al entierro, así que se pasó la tarde llorando abrazada a mí. Tenía la radio puesta, porque le gustaba escuchar los partidos de fútbol en ella, aunque no entendiese nada. Le recordaba a su padre. Cuando se hizo de noche, empezaron a retransmitir la Superbowl, en el tono cómico en que Carrusel Deportivo solía hacerlo. Ella llevaba varias horas dormida, y yo me había quedado quieto escuchando el fútbol. Se despertó antes del descanso y me preguntó “¿quién gana?” Y los dos nos reímos mucho.
En fin, vivimos muchas historias como éstas, que si las vives tienen encanto y son hasta divertidas, pero contadas parecen un poco tontas.
El caso es que Fred se volvió a Francia en julio, sin que yo pudiera convertirme en su novio, como habría querido. Para empezar, porque nunca me atreví a dar el paso necesario para ello (ya digo que era un amor muy, pero muy, adolescente). Continuando con que ella ya tenía un novio en París (al que yo odiaba sin razón, pobrecillo), y finalizando con que ella en realidad estaba enamorada del compañero de piso del chico en cuestión, por el que acabó dejándole. Y el “pobrecillo” anterior viene porque a este chico le tocó entonces comerse que la que era su novia siguiese yendo a su casa, solo que acababa en el cuarto de al lado en lugar de en el suyo.

En fin. Hay partidos que no puedes ganar, y sin embargo, quieres jugarlos. Supongo que a algo así es a lo que se refieren esos equipos de tercera a los que le toca con el Madrid o el Barça en el cruce de copa cuando dicen que va a ser un partido muy bonito, aunque les vayan a meter ocho. Y bueno, a pesar de todo lo contado, de ser consciente de la idealización absurda y de que Fred y yo nunca tuvimos en realidad demasiadas cosas en común, ni mucho menos nada sobre lo que sustentar una relación sana, cuando leí “con mi novio”, sí que me dio algo de rabia.
Supongo que sigo con ganas de jugar ese partido, en el que no tenía nada que ganar y en el que seguramente me habrían destrozado. Supongo que me habría gustado que viniese sola y tener un poco de tiempo para estar juntos a solas, para enamorarme de manera absurda de ella otra vez.
Cuando esos equipos pequeños consiguen llegar con el marcador apretado al final del partido, pero no ganan, dicen que el fútbol les debe una. Creo que el amor nos debe una a Fred y a mí.

miércoles, 10 de abril de 2013

Comida, aves, sentimientos (en ese orden y sin mezclar temas).

 
Ayer Javi y yo fuimos a hacer una entrevista a Radio Libertad. Por lo general somos nosotros dos los que nos encargamos de estas cosas. Como el sitio estaba algo lejos y habíamos quedado a las 9 de la noche para asegurarnos de que a Javi le daba tiempo a llegar del trabajo, le pedí a Laura que me hiciese la cena, y me pasaba por su casa al terminar. Laura nunca quiere participar en las entrevistas, a no ser que haya que hacer un acústico medio elaborado, cosa que solo sucede en Radio 3. E incluso en esas ocasiones, cuando el entrevistador de turno, ante su constante silencio, le increpa “Laura, ¿tú no dices nada?”, ella dice “no” y se ríe. De manera que una cena casera me pareció un justo peaje por librarse de acompañarnos una vez más.

Cuando ella aceptó el trato y me dijo “ok, luego hablamos”, no sé por qué me vino a la cabeza lo siguiente. Os copio la conversación tal cual la tuvimos en el chat de facebook:
Laura: ok
Laura: luego hablamos
Manu: sí
Manu: de comida, de aves y de sentimientos
Manu: hoy vamos a hablar de eso
Manu: comida, aves y sentimientos
Manu: en ese orden
Laura: vale, pues a mí las aves me dan no sé qué
Manu: eso son sentimientos entonces
Manu: tendrás que hablar de ello en la tercera parte
Manu: en la segunda hablaremos de aves de manera fría, aséptica
Manu: sin implicación emocional
Manu: en la primera, podemos hablar de aves como comida
Manu: pero no como especie o centrándonos en la manera en que nos hacen sentir
Laura: jajaja
Laura: me gusta
Manu: bien
Manu: luego hablamos
Laura: de comida, aves y sentimientos
Manu: en ese orden
Laura: y sin mezclar temas

Cuando salimos de la entrevista, Javi me acercó en coche hasta la glorieta de Bilbao. Bajé Fuencarral hacia la Corredera de San Pablo, la Corredera de San Pablo hacia Pez y Pez hacia la casa de Laura. A lo largo del camino se me ocurrió que para organizar mejor la conversación, lo suyo era que tratásemos un tema diferente en cada plato. Hablaríamos de comida durante el primero, de aves durante el segundo, y de sentimientos llegado el postre.
(Yo siempre hago comidas de primero, segundo y postre, incluidas las meriendas y las cenas, y Laura siempre lo tiene en cuenta cuando me invita a comer, merendar o cenar en su casa. Es todo un detalle por su parte, sobre todo si tenemos en cuenta que es un aspecto de mí que ha desesperado a todas mis novias, porque después de mi cena de tres platos han de pasar exactamente dos horas antes de que pueda irme a dormir. De lo contrario sufro una pesadilla en la que mi estómago es un barco a la deriva en un mar bravo. Como la pesadilla es siempre la misma cuando incumplo la norma de las dos horas, creo que podemos llamarla mi pesadilla recurrente. Y como Laura, a diferencia de mis exnovias, no tiene que dormir conmigo luego, puede ser más indulgente con el número de platos de mis cenas.)
Comida.
 
De primero Laura había preparado ensalada murciana, que es un plato que, aunque no suene muy elegante (culpo de ello a Kaka de Luxe por arruinar para siempre este gentilicio en su versión femenina), le queda muy rico. Lo hace con tomate en conserva que se trae del pueblo, bonito en aceite, huevo duro y alcachofas crudas, que es algo que ella usa mucho, no sé si porque es la forma en que más le gustan las alcachofas, o porque le da mucha pereza cocinarlas.
Lo de hablar de comida mientras se come se supone que es una cosa muy española, y si realmente es así, es la faceta de la vida donde Laura y yo mejor manifestamos nuestra procedencia, porque lo hacemos siempre. Así,  mientras comíamos la ensalada murciana, Laura me habló de que al día siguiente (hoy) iba a hacer canelones. “¿De cocido?” “No. De verduras y pez.” “¿De qué pez?” “Eso aún no puedes saberlo.” Entre sus futuros planes gastronómicos también se encuentran hacer un arroz meloso aprovechando unas costillas que sobraron de una fideuá que hice yo, y una crema de setas y manzanas.
Yo, por mi parte, presumí de que ahora mismo estoy haciendo unas hamburguesas excelentes, cuyo principal secreto es dejar la carne macerando un día con mostaza, nuez moscada y pepinillos y alcaparras picadas. Mis futuros planes gastronómicos son una crema de cangrejo de mar y aprender a cocinar cordero a la manera moruna.
Aves.
 
El segundo plato fue tortilla de patata, y mientras la comíamos teníamos prohibido hacer cualquier valoración sobre cómo había quedado.
Hablamos entonces de aves aunque no de una manera tan científica como habíamos pretendido en un primer momento. Supongo que el hecho de que no tengamos el menor conocimiento del tema tuvo algo que ver.
Laura me contó que cuando era pequeña, sus padres le compraron a ella y a su hermana mayor Elisabeth, dos periquitos. Uno para cada una.
Cuando el periquito de su hermana murió, sus padres, tras deshacerse del cadáver, forzaron un poco los alambres de la jaula y le contaron a Laura que el periquito era muy listo y se había conseguido escapar. Ella se quedó muy impresionada. Pocos días después fue a su periquito al que encontró tieso en el suelo de la jaula. Corrió hacia su madre llorando, diciéndole que estaba muerto. “Claro, no os acordáis de darle de comer, y así se ha muerto. Como el otro.”
Dice Laura que, más que la culpabilidad de no haber alimentado correctamente al pájaro, lo que la atormentaba era, por un lado, que sus padres no hubieran aprovechado la primera muerte para explicarle a ella y a su hermana las obligaciones que tenían con respecto a sus mascotas, y, por otro, el descubrimiento de que el primer periquito nunca fue lo suficientemente listo para escapar.
Yo le hablé entonces de un pato que tuve en el pueblo de mis abuelos cuando era pequeño, pero la historia era confusa y tenía poco interés, así que acabamos la tortilla de patata hablando de un gorrión que Pablo Magariños se encontró en la puerta de la Palmerita.
La Palmerita es un bar al que vamos mucho, donde hacen una tortilla excelente (aunque esto no pudimos mencionarlo, claro, había pasado ese turno) y donde nuestro amigo Pablo trabajaba en ocasiones. Me contó Laura que un día, cuando Pablo y ella salieron a fumar un cigarro, se encontraron en el suelo una cría de gorrión con el ala herida. Pablo lo cogió y decidió quedárselo hasta que se recuperase, a pesar de las sombrías predicciones de Luis (el dueño de la Palmerita), que le decía que seguramente moriría de hambre, porque era casi una cría y la única manera de que reconociese la comida y comiese era que Pablo la regurgitase directamente en su boca, posibilidad a la que, en principio, éste se oponía.
De acuerdo con lo que me contó Laura, como llevaban unas copas encimas, decidieron dejar al pájaro dentro del bar, echaron el cierre, fueron al Moloko a tomarse la última, y más tarde Pablo volvió con Luis y se llevó el gorrión a su casa. Por lo visto lo tuvo un par de semanas en casa, y cuando mejoró lo dejó en un nido de la Plaza de Comendadoras. Le pregunté si al final Pablo llegó a darle de comer directamente de su boca, pero no supo decirme.
Sentimientos.
 
Laura no suele tener muchas opciones de postre en su casa, pero yo tampoco pido mucho más que un trozo de chocolate y una infusión. Además, estos días hay unas pequeñas pastas que Fabiola, su compañera de piso, trajo de Galicia, y que prácticamente me estoy acabando yo solo. En cuanto al chocolate, siempre es chocolate de repostería, a pesar de que nunca he visto a Laura utilizarlo para hacer ningún dulce.
Llegados a ese punto de la cena, y viendo cómo los sentimientos habían acabado contaminando la conversación sobre aves, pareció apropiado que durante el postre, las aves contaminasen los sentimientos y acabásemos hablando de no ser lo suficiente listos para escapar de la jaula antes de morir, de estar herido y necesitar un tiempo de reposo antes de volver al nido, de buscar una boca en la que reconocer la comida.
Pd: Tras leer la entrada, Laura (que también tiene el detalle de hacer labores de editora del blog) me ha hecho notar que sí que usa el chocolate de repostería para cocinar, entre otras cosas, unas galletas de chocolate que me gustaron mucho. Lamento el olvido.

jueves, 4 de abril de 2013

Nosotros somos el Barça de Pep; vosotras, el Madrid de Mou.


Hablando con una amiga de facebook acerca del ligoteo heterosexual y los diferentes riesgos que asume cada género, he llegado a la conclusión que formulo arriba. Y no sé si sería a algo parecido a lo que se refería The New Raemon cuando dijo lo de yo soy Simon, tú Garfunkel, e igual hasta le estoy plagiando la idea sin ser yo alguien que haría ese tipo de cosas, pero tengo claro que al escribir estas líneas me muevo en terrenos pantanosos.


Por un lado, porque cualquier mujer que sepa mínimamente de fútbol me retirará la palabra para siempre. Por otro, y esto es lo que más me preocupa, por el riesgo de que alguna fan de Mou piense que la comparación es un cumplido y una invitación al jugueteo sexy. Porque yo, a pesar de que mi habitual superficialidad pueda sugerir lo contrario, sí que tengo mis límites morales a la hora de decidir con quién me voy a la cama. Con mujeres neoazis, miembras del Opus Dei y maltratadoras de ancianos, podría hacerlo. Con mourinhistas o votantes de Rosa Díez, no.

El caso es que, mi ciberamiga, a partir de mi entrada sobre “elGandhi”, en la que también hacía varias menciones a “hacer la cobra”, se quejaba de que hablaba de ello como si los hombres fuésemos los únicos que recibimos cobras, y las mujeres no lo hicieran. Yo le reconocía que, mujeres cobreadas, haylas, pero que su número, comparado con el de los hombres, es una mera anécdota estadística. Y ella, unos días después, me comentaba, medio dándome la razón, que la noche anterior había presenciado dos cobras espectaculares, ambas hechas a varones. Pero decía que no eran representativas debido a la “inconsciencia” de los hombres que las recibieron. Y fue el uso de esa palabra, el desprecio a mis congéneres caídos en el campo de batalla al calificarlos de “inconscientes”, lo que despertó mi ira.
A vosotras no hay nada que os guste más que un tío seguro de sí mismo, y con ello fomentáis esa inconsciencia que nosotros llamamos riesgo. Queréis que salgamos con el balón jugado desde atrás, sonriendo y con la cabeza alta, como lo hace Piqué, tocando y tocando, distrayéndoos con el balón, porque mientras os damos palique y os hacemos reír, corre la pelota, nosotros no, y vosotras tras ella, os cansáis, bajáis la guardia.
Ahora bien, con cualquier pase mal medido, con cualquier broma no entendida, nos quedamos en terreno de nadie, perdemos el balón en medio campo, dejándoos en uno contra uno. Y en el improbable caso de que consigamos recomponernos, hay que empezar de cero, salir jugando otra vez, porque a vosotras, por mucho que os pueda gustar el chico que os esté entrando, no os vale con un gol marcado de cabeza tras un despeje. Vosotras queréis que os entretengan. Vosotras queréis tiqui-taca. Vosotras lo queréis todo.
Y ése es el problema. Porque ni el Barça de Pep pudo ser siempre EL BARÇA DE PEP. A veces hay que conformarse con el Barça de Tito. A veces, hasta con el Barça de Roura. Nos toca entonces ser resultadistas. Intentamos dormir el partido en vuestra área esperando que lleguen las seis de la mañana y podamos jugar esa cobarde baza de “¿qué? ¿te acompaño a casa?”. Tus amigos desde la grada, piden que salgan los extremos. Tus amigas, que son aún peores, empiezan a pitar directamente, mientras nosotros seguimos intentando marcar, pero sin desborde, sin llegar a encarar. Sin meter el morro, vamos. Y sí, así también a veces se gana. Pero no es lo mismo. Ni para vosotras, ni para nosotros.
 
Y en esos momentos de hablar y hablar intentando conquistaros, claro que hay mujeres atrevidas, de contraataques feroces, que te cogen de la mano, te roban el balón, te llevan al aseo y te meten un 5-0 sin que te des cuenta. Pero esas mujeres luego no quieren volver a saber nada de ti. Porque para vosotras no hay nada menos erótico que un tío que ha estado rondándoos sin parar sin atreverse a dar el paso. Vosotras, como Mou, despreciáis la posesión estéril.
Amigos cobreados de la pasada madrugada, yo os digo: es tras la derrota cuando tenemos que ser más firmes que nunca. El tiqui-taca, ligar con clase, no es un medio; es un fin. Sed elegantes, sed ingeniosos, disfrutad de la posesión, pero sed valientes, id a por todas, asumid riesgos. El estilo no se cuestiona.

lunes, 1 de abril de 2013

Sugerencias para posibles entrevistadores.

Hace un  par de semanas, a nuestro amigo y compañero de sello Julio de la Rosa se le ocurrió escribir lo siguiente en su facebook:

Ruego a los periodistas. Por favor, léanse al menos una entrevista anterior cuando vayan a hacerme la suya. Es una pesadilla contestar una y otra vez a las mismas cuestiones, con lo cual, las entrevistas acaban siendo cada vez peores y salimos perdiendo todos.
Y con ello, consiguió enfadar a unos cuantos periodistas y bloggers, que dejaron muestra de su desacuerdo en sus comentarios.

Bien puede ser que a Julio le guste más una buena polémica que a… Vaya, no se me ocurre un símil suficientemente exagerado como para expresar cuánto nos puede gustar una buena polémica a un músico en promo. En fin, como digo, bien puede ser que a Julio en particular, y a cualquier músico en general, nos pueda divertir bastante provocar al personal, y que tirarnos pullitas con los periodistas sea uno de nuestros deportes favoritos, pero creo que había mucha sinceridad y sensatez en lo que decía, porque realmente, con según qué preguntas, las entrevistas son cada vez peores y todos salimos perdiendo. Y como sacamos disco nuevo mañana y durante las próximas semanas tendré que dedicar gran parte de mi tiempo a estas cuestiones, me ha parecido adecuado hablar de ello en el blog, que para eso es mío.
Por un lado, aclaro que no me estoy quejando de tener que dedicar parte de mi tiempo a responder entrevistas. Primero, porque disfruto siendo entrevistado. De verdad lo hago. Me encanta hablar de música, en general, de los Rusos Blancos, en particular, y, para qué negarlo, de mí mismo. La entrevista y la crítica musical son dos géneros que me fascinan y que he leído con fervor desde que era pequeño, de manera que ser protagonista de ellos ocasionalmente me divierte muchísimo como parte de este juego de “ser músicos” en el que estamos metidos (porque para los grupos semiprofesionales como nosotros, lo de “ser músico” no es más que algo a lo que puedes jugar, divirtiéndote bastante, eso sí). Una buena entrevista, te puede llevar incluso a descubrir facetas de tu propio trabajo que ni tú mismo conocías. Pero como digo, eso solo pasa en las buenas entrevistas, que, por desgracia, no son todas. Y las malas, a lo más que te llevan es a divagar eternamente sobre cómo internet ha afectado a la industria musical, y a contar de mil maneras diferentes cómo se formó tu grupo.
Volviendo a lo de Julio, las quejas de quienes se quejaron se centraban en dos aspectos fundamentales, en uno de los cuales tenían razón, y en otro, no la tenían en absoluto. En el que tenían razón, o en el que cuanto menos yo estaba de acuerdo con ellos, es que la repetición de ciertas preguntas es, no ya necesaria, sino obligada, porque no pueden dar por hecho que sus lectores hayan leído las entrevistas que el entrevistado ha hecho en otros medios.
Bien. Como digo, estoy de acuerdo siempre y cuando se sepa cuáles son las preguntas obligadas. Por ejemplo, saber cómo se formó un grupo solo tiene interés si lo has formado con tu hermano gemelo perdido al que encontraste en Burgos el año pasado tocando el acordeón en un portal. En el resto de los casos, es siempre la misma historia y es un rollo: conoces a alguien en el colegio o la universidad, empiezas a hacer canciones con ellos, luego te das cuenta de que no tienes nada en común, encuentras gente nueva, haces canciones con ellos que sí que te gustan, metes a una chica guapa a tocar el teclado, y no, no consigues ligártela, quedas cuarto en el Contempopránea, sexto en el Proyecto Demo, una noche te encuentras con David López de Limbo de ciego y te dice que le gustáis mucho, que le envíes tu disco. No vuelves a saber de él nunca más. Y así surgieron el 90% de los grupos de Madrid.
En fin, que preguntas obligadas hay dos o tres por cada película, disco o libro que se promociona. Y si creéis que hay más, puede ser que: a) estéis equivocados; o b) estéis en lo cierto. En cualquiera de los dos casos, ya habrá otras veinte personas que hagan esa misma entrevista. Vosotros haced otra, preguntad cosas distintas, que os interesen de verdad, por excéntricas que sean.
El otro asunto en el que hacían especial hincapié las quejas en los comentarios del facebook de Julio era algo así como “cómo te atreves a decir esto, encima de que esa gente te hace promo gratuita”. Y eso es mentira.
Por un lado, me resulta muy curioso lo mal que encaja las críticas un gremio cuyo trabajo conlleva criticar, evaluar, revisar el trabajo de otros. Como si hacer crítica de la crítica estuviese vetado por alguna razón que se me escapa.
Y por otro, es mentira tanto lo de “promo” como “gratuita”. Lo primero, porque aunque me hayan hecho entrevistas excelentes desde blogs o radios minúsculas y entrevistas de auténtica vergüenza desde algún medio más grande, sí que es cierto que muchas de las que respondemos, la mayoría, se corresponden con blogs minúsculos. No os podéis ni imaginar la cantidad de blogs musicales dedicados al indie que hay, y me parece fantástico, porque en la mayoría de los casos lo llevan gente que le pone mucho cariño a lo que hacen y a los que les mueve una pasión verdadera. Ahora bien, me cuesta entender cómo esos blogs contribuyen a la promoción de grupos que les multiplican el número de seguidores por dos, tres, cinco, diez y hasta veinte veces. Si acaso, serán los grupos los que promocionan el blog cuando comparten las crónicas y entrevistas que les hacen en su facebook o su twitter.
Y sobre que esa promoción sea gratuita, pues también es mentira. En el caso de los medios grandes, si te dan un espacio no es por hacerte un favor desinteresado, sino que de alguna manera interesarás a su público, que luego vende a sus anunciantes. Y en el caso de los blogs pequeños, ese “promo gratuita” suele traducirse en la mayoría de los casos en discos o entradas gratis para conciertos, lo que para un aficionado a la música no parece un mal trato.
En resumen, antes de que la entrada se ponga más espesa de lo que pretendo, incluiré una serie de sugerencias a quien me pueda entrevistar próximamente. Ni mucho menos son imposiciones, ni quiero que se vea como un acto de arrogancia por mi parte. De verdad que lo que pretendo es que nos lo pasemos lo mejor posible hablando, y que quien lo lea, oiga o vea también lo disfrute.
1 Si puedes, evita los cuestionarios. No hay posibilidad de interacción. Conteste lo que conteste, pongamos que te digo que para hacer el nuevo disco nos hemos inspirado en Hitler, tú no podrás ahondar en ello. Hoy en día, casi todos tenemos tarifa plana. Si tú no tienes, o el medio para el que trabajas no te lo quiere proporcionar, consigue un móvil Vodafone y te llamo yo. Y si vives en Madrid, intenta que la entrevista sea cara a cara, que seguro que resulta mucho más interesante. Me acerco adonde sea si entra en zona A, y mis cañas me las pago yo.
2 La explicación detrás de los nombres de los grupos y de su discos suele ser muy aburrida. Las cosas se tienen que llamar de alguna manera, y después de más de cincuenta años de música pop la mayoría de los nombres molones están cogidos. (Aunque reconozco que el nombre “Tiempo de nísperos” es suficientemente curioso como para preguntar por él, pero el porqué se llama así tampoco tiene ningún interés: sencillamente no encontramos ninguno mejor).
3 “Háblame de tu disco”. Sé que desde el cole ya odiáis las preguntas a desarrollar, así que no os venguéis con nosotros.
4 No me preguntéis si las letras son autobiográficas. Soy bastante explícito en ellas. Está claro que sí. Preguntad intimidades si queréis, profundizad en ellas, que si hay algo que no quiera responder, no lo haré, pero no os quedéis en el “¿hay mucho de ti en las letras?”
5 Por favor, no más preguntas sobre internet. La cosa ya lleva inventada… ¿cuánto? ¿Treinta años? Como dice Javi Carrasco, seguir preguntando sobre internet a estas alturas es como que te pregunten por cómo ha afectado a tu vida el teléfono.
6 Tampoco nos preguntéis por la piratería, por favor. La respuesta que os demos no os va gustar a vosotros, ni a nosotros tener que darla. El frutero no va a decir que está bien que le quiten la fruta, por mucha hambre que pase quien se la quita y por muy bien que le entienda, y por mucho que al salir el robe carne en el puesto de al lado.
7 Nada de “cuéntame alguna anécdota de la grabación”. Además de que, por lo general, las anécdotas realmente divertidas, no se pueden contar en público, ya hicimos un diario de grabación donde contábamos bastantes cosas. Si alguna os pareció interesante, preguntad y ampliamos la información.
8 ¿De verdad es necesario hacer un acústico en cada programa de radio del país, tocando una y otra vez la misma canción en un formato para el que no estaba pensada? Porque en un sitio con micros decentes, al que puedas llevar percusión, un teclado por línea, etc. pueden quedar acústicos muy bonitos, pero no siempre hay tales condiciones. Y hay alternativas. Por ejemplo, en un programa de radio al que voy el viernes, me han propuesto que lleve canciones relacionadas con un determinado tema de conversación. Me parece muy guay.
9 No volváis a preguntarnos por Física o Química. No es que me moleste hablar de ello, pero ya he respondido qué supuso para nosotros salir en la serie un millón de veces. Creo que la única persona que no me ha preguntado por ello es mi madre. Si el actor que interpretaba a Cabano ya pudo borrar de su cabeza todas sus líneas en la serie, nosotros también merecemos olvidar.