viernes, 29 de marzo de 2013

Motivos por los que adoro a Jens (I).


Cualquiera que me conozca, o que haya visitado el facebook o el twitter de los Rusos con cierta regularidad, sabe que mi fanatismo por Jens Lekman ruborizaría a las beliebers más extremas, provocaría la vergüenza ajena del niño de “leave Britney alone” o haría que Tomás Roncero se replantease su pasión por Mou, al darse cuenta de que tanto amor por alguien con quien no te acuestas no puede ser sano. Soy consciente de ello, y aun así no puedo evitar que la música de Jens (sus palabras en general, cantadas o escritas) provoque en mí sensaciones propias de una quinceañera, sensaciones que no recordaba desde que me compré el The Queen Is Dead, que creía muertas y que solo dormitaban, y que, eso sí, el pobre Morrissey ya nunca podrá despertar. Bastante tiene él son su vejiga infectada.

El caso es que (y parafraseo aquí a otro Trueba, en esta ocasión, uno más feo) yo no creo en Dios, pero sí que creo en Jens Lekman. No es que pueda decir que Dios me haya fallado, del mismo modo que no puedes pensar que Santa Claus, los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez te hayan fallado. No se le pueden pedir cuentas a entes que no existen. Si te falló alguien, fueron tus padres. Y con esa sensación andaba yo por el año 2007, cuando tuve que independizarme.

Mis padres habían decidido abandonar Madrid e irse a vivir a un pueblo, plan que a mí, de entrada, me apetecía regular. Por lo que decidí quedarme por mi cuenta, sin saber muy bien cómo o de qué iba a vivir. El desamparo que viví los meses siguientes a mi mudanza fue bastante grande y no podía evitar sentir cierto rencor hacia mis padres, del todo injustificado (mi padre llevaba muchísimos años trabajando dieciséis hora diarias en el taxi, y bien se merecía una reducción de jornada que, con la crisis, ay, no fue tal).
El problema no era vivir solo, si no el no tener un hogar al que regresar, porque ese chalet que mis padres se habían comprado en un pueblo de Castilla en el que yo no conocía a nadie, no era mi casa. Mientras tanto, en Madrid compartía piso con un bailarín de cuarenta años en lucha constante con su sexualidad y que veía cómo los mejores años de su carrera se agotaban sin haber llegado a triunfar. Los padres del chico se habían muerto recientemente (sí, los dos, seguiditos), y el chaval, que para más inri era hare krishna, vivía desquiciado. Para que os hagáis una idea de su nivel de locura, solo os digo que el día de mudanza decidió desnudarse en mi cuarto mientras yo recogía los muebles.
El caso es que durante esos meses tuve la suerte de descubrir a Jens y el magnífico Night Falls Over Kortedala. Escuchar ese disco me hacía sentir seguro, me reconfortaba. Estaba en casa.
 
La canción empieza diciendo "estaba cortando un aguacate". ¿Cómo no amarle?
 
Después del bailarín, empecé a compartir piso con Iván, un chico que me había presentado Fran Nixon. Con él refundé los Rusos y sentí que empezaba hacer las canciones que siempre había querido hacer.
Y apenas cuatros meses después, me fui a vivir con Arti, una chica con la que había compartido clase durante cinco años de carrera sin cruzar palabra, hasta que una noche nos encontramos en un bar y nos enamoramos. A la mañana siguiente, llamé a mi novia de por aquel entonces para dejarlo, y los siguientes dos años fui muy feliz.
Como os digo, yo creo en Jens, lo que no quita para que él, inescrutables como son sus caminos, se tome su tiempo en hacer las cosas. Pero fallarme, no me ha fallado nunca.
En enero del 2010, Arti y yo lo dejamos, y dentro de lo mutuamente acordadas que son todas las rupturas, ella me dejó a mí más que yo a ella. Yo estaba devastado, porque realmente creía que iba a pasar el resto de mi vida con Arti. Quiero decir, REALMENTE LO CREÍA. De manera que para mí, esa ruptura, sí, era el fin del mundo.
Salió entonces Jens de su silencio, y me hizo ver que no, que el fin del mundo es mucho más grande que un corazón roto. Que es, incluso, más grande que un iceberg, que una araña flotando en tu copa y más grande que todos tus problemas (aunque, de verdad, tienes que resolverlos).

Pensaba entonces que la edición del nuevo disco era inminente, pero ya os digo que Jens se toma su tiempo. Más aun sabiendo que yo estaba bien, entretenido saltando de relación intrascendente a relación intrascendente como hice el resto de 2010 y 2011, y estando él ocupado en que le rompiesen su propio corazón.
En abril del año pasado (creo que, curiosamente, cuando presentemos el disco en Sol hará justo un año) la chica con la que salía y yo cortamos. Ya habíamos estado juntos antes del verano anterior, y ya tuvimos una ruptura no precisamente bonita. En diciembre de 2011 volvimos juntos, y, aunque pasamos semanas geniales, no éramos capaces de convivir sin querer matarnos el uno al otro.
Cuando rompimos, yo pensé que iba a estar bien. Pude conocer chicas nuevas y me reencontré con antiguas amantes. Como digo, pensé que iba a estar bien. No fue así, y en agosto toqué fondo. Tenía claro que no quería estar con esa chica, que la mayor parte del tiempo me hacía sentir infeliz, y aun así, no podía parar de pensar en ella.
Anunció entonces Jens su nuevo disco, I Know What Love Isn’t, y durante la siguientes semanas me hundí en él. Un disco de Jens Lekman dedicado íntegramente a su ruptura, era justo lo que necesitaba. A veces me reconfortaba, a veces me dolía. No te recuperas de un corazón roto; simplemente aprendes a llevarlo con elegancia.
 
Después de lo que os he contado, podéis imaginaros cuánta fue mi alegría cuando el verano pasado Jens, a quien nunca había visto en directo, anunció que venía a tocar a Madrid. Recuerdo que llamé a Laura entusiasmado y le dije que me daba igual qué concierto nos pudiera salir, que aunque los Stones nos ofreciesen ser sus teloneros en una gira mundial que empezase ese mismo día, el 8 de septiembre yo iba a ver a Jens. Y más o menos ésta fue mi reacción cuando días después, Josiño, nuestro mánager, me llamó para decirme que nos había salido un festival ese mismo día.

El concierto estaba muy bien pagado y no podíamos decir que no, así que la opción de verle en Madrid se esfuamaba.Pero por suerte finalmente pude cuadrar un día libre en el curro e ir a ver a Jens el día 7 a Barcelona (y de paso visitar a mi amiga Eva, que vive allí y me dio cobijo).
No me suelen gustar los conciertos. Mi capacidad de atención es muy, muy escasa, y, además, no me gusta estar rodeado de gente. Me hace sentir incómodo. Pero durante ese concierto fui absolutamente feliz. No es habitual que la gente me vea sonreír, pero creo que nadie, salvo Eva ese día, ha tenido la oportunidad de verme sonreír hora y media seguida.
En fin, os cuento todo esto que no os pensaba contar, para deciros que el “I” que sigue a “Motivos por los que adoro a Jens” en el título pretende indicar que ésta será una sección recurrente en el blog, porque me he decidido a difundir su palabra, para que vosotros le améis como yo le amo.
Os dejo con la versión de I Want a Pair of Cowboy Boots que Jens tocó en Barcelona la noche en que él y yo nos vimos por primera vez. El vídeo al principio se mueve mucho, pero el audio es bastante bueno.
 

miércoles, 27 de marzo de 2013

La Resistencia Pasiva No Amorosa (o "Nene, te voy a hacer un Gandhi").


Gandhi se pone juguetón.

Me sucedió el fin de semana pasado en un bar del centro. Me encontré con una amiga de unos amigos míos; una chica muy guapa y, sobre todo, muy, muy divertida. Me acerqué a saludarla y empecé a hablar con ella con intenciones claramente deshonestas.
La música estaba muy alta, lo que no favorecía a la conversación, y por extensión a mí, que cuando hablo, en combinación con las gafas y la camisa, puedo parecer divertido y hasta inteligente, una especie de versión de Woody Allen con menos cultura y menos gracia, pero más pelo, que en realidad es la versión de Woody Allen que a Woody Allen siempre le habría gustado ser, y que en España encarna a la perfección David Trueba (esto no es un palo a Trueba, eh, que Woody nos queda lejos a todos y encima le estoy llamando guapo) y en el resto del mundo, pongamos, el protagonista de Ruby Sparks, sobre todo para las jóvenes de corazón limpio.
David Trueba pidiendo otra caña.

Paul Dano pasando la resaca de las cañas que se tomó ayer con Trueba.
 
Si, como decía, cuando hablo y el ruido de mis palabras te distrae de lo que sea que esté diciendo en realidad, puedo llegar a parecer interesante, cuando hablo y no se oye lo que digo, bien porque tu cerebro me ha puesto en mute, o bien porque la música está muy alta, como era el caso, no parezco un tío interesante, sino un tío con un diente partido y una sonrisa que da miedo que se está esforzando más de la cuenta en hacerte reír. Pero esto no le debió parecer tan mal a la chica, porque me dio bola.
Llevábamos un rato hablando de naderías, apartados de nuestros respectivos grupos de amigos, muy pegados el uno al otro. Cuando yo hablaba, cambiaba constantemente el oído que acercaba a mi boca con el fin de vencer al volumen de la música y entender lo que fuera que le estaba contando, y al girarse, pegaba mucho su cara a la mía, de manera que nuestras narices se tocaban sin parar, cada vez más cerca la una de la otra, chocándose de manera suave, hasta que nuestros labios también terminaron por rozarse. Bien podría haber sido que la chica padeciese algún tipo de sordera grave que la impidiera entenderme y que no fuese capaz de decidir con cuál de sus dos oídos me escuchaba mejor y por eso se cambiase de lado sin parar, pero preferí quedarme con la parte del contacto físico que me interesaba y entenderla como una invitación a que la besara.
La besé y se quedó quieta. No devolvió el besó, pero tampoco se apartó. Planteándome que quizás se estaba debatiendo entre una de estas dos opciones, volví a besarla para reforzar mi punto de vista, que soy un tío bastante besable. Pero de nuevo nada. Ni me besaba ni se apartaba. En lugar de ello, me miraba y sonreía. Una sonrisa preciosa, por cierto.
Me di cuenta entonces de lo estaba haciendo. Ella renunciaba conscientemente a la violenta cobra, cuyo repentino giro de cuello ha provocado más lesiones cervicales a las mujeres  que esas felaciones etílicas de sábado a las 9 de la mañana en las que: 1) vamos muy borrachos, no, no se nos va a poner dura; 2) en el improbable caso de que se nos ponga dura, no nos vamos a correr, te estoy diciendo que vamos muy borrachos. Pero como digo, ella había renunciado al sinsentido de la cobra. En su lugar, estaba ejerciendo su derecho a la Resistencia Pasiva No Amorosa. Es decir, me estaba haciendo un Gandhi.
Para cerciorarme de ello, me acerqué y la besé una última vez. De nuevo no me devolvió el beso, de nuevo no se apartó. Volvió a sonreírme, y empezó a hablarme muy bajito, técnica de negociación básica para desconcertar a tus adversarios. Joder, no contenta con hacerme un Gandhi, me estaba haciendo un Michael Scott: http://www.youtube.com/watch?v=zDp-KA7-hnY
Entre la música y su poco volumen, yo no entendía casi nada. Si acaso algo así como que le recordaba a su primo, lo que solo tendría porqué ser malo en función de lo feo que fuese el primo. Pero en fin, cada uno tiene sus razones, y yo puedo ponerme a rebatir a Gandhi y su no violencia, pero Michael Scott es un tótem para mí.
“Nunca me han rechazado de manera tan gentil”, le hice saber mientras ella no paraba de sonreír.
Eso sí, la gentileza de Gandhi no impidió que las tropas inglesas le siguieran entrando cuando se lo encontraban un sábado noche por los bares del centro. La lucha sigue.

lunes, 25 de marzo de 2013

Cine de barrio.

 
Esta tarde me he encontrado por la calle San Bernardo a mi amigo Perico, miembro del grupo de reciente creación Teletranportarse a Soria, surgido de las cenizas de los extintos Género Chico (ésta es una frase muy de crítico musical: "surgidos de las cenizas de los extintos..."; te la enseñan el primer día en la escuela de críticos, y el segundo ya se centran en la coca).

El viernes les estuve viendo tocar en La Faena junto con Supergrupo 2, y le he comentado lo mucho que me han gustado sus canciones. Aunque fuese su primer concierto y les falte algo de rodaje en ese sentido (a las canciones, no a ellos como músicos), y aunque la grabación que han subido a bandcamp no tenga el mejor sonido del mundo, la idea detrás de las canciones, el concepto esencial, siempre es muy bueno y bastante único. Y no estoy diciendo que sea original, que es ser novedoso, decir algo o hacerlo de una manera en que nadie lo haya hecho antes, lo que para mí tiene bastante poco valor, porque lo dicho, por nuevo que sea, puede ser una auténtica sandez. Perico y Gonzalo, su compañero tanto en Género Chico como en Teletransportarse a Soria, son únicos en el sentido de que cuando los escuchas o los ves tocar, te cuentan cosas de una manera en que solo ellos saben hacerlo y, seguramente, y esto es lo más interesante para mí, de la única manera en que saben hacerlo. Luego te puede gustar más o menos, pero tienes claro que no hay ningún otro en su especie.

De sus nuevas canciones, me ha gustado especialmente 'Cine de barrio', que no sale de mi cabeza desde el viernes. Lo que me ha recordado a una ocasión en que José Manuel Parada me entró en un bar de Chueca. Por aquel entonces, yo tenía menos de 20 años, el pelo muy largo y un montón de amigos gays (o apunto-de-descubrir-que) que siempre nos arrastraban a bares muy horteras donde ellos ligaban mientras los heteros hablábamos con las amigas feas de sus ligues. En estas estaba, cuando Parada se me acercó por la espalda, metió la mano entre mi melena, y gritó "Ay, cuánto pelo, cuánto pelo!!! Y qué rico que debe de estar..."

Como manera de ligar conmigo, es una de las más originales que recuerdo, aunque también la menos exitosa. Lo que no quita para que Parada sea un tipo bastante único.

domingo, 24 de marzo de 2013

Las palabras justas.

Dani no supo que amaba a Ana hasta que el autotexto del servicio de mensajería instantánea de su móvil se lo sugirió. Se dispuso a teclear “te aviso luego” como parte de una conversación en la que estaba quedando en verse con su amiga a la salida del trabajo, y cuando pulsó la letra “a”, las tres opciones que siempre le daba el aparato coincidieron en “amo”, formando, por tanto,  “te amo”, fuese cual fuese su elección.

Divertido por el error tecnológico, y sin poder pulsar la “v”, como era su intención inicial, por un extraño bloqueo de la pantalla táctil, sí que pudo borrar la “a”, quedándose la pantalla solo con un “te”, en principio, lleno de posibilidades. Sin embargo, las tres opciones propuestas por el autotexto volvieron a coincidir, si no en forma, sí en fondo: “amo”, “quiero” y “deseo”; formando, respectivamente, “te amo”, “te quiero” y, el más pasional, pero no tan alejado de los otros dos como se pueda creer, “te deseo”. Dani borró entonces en este orden la “e” y la “t”, y aunque las posibilidades sugeridas por el autotexto no cambiaron demasiado, sí que se volvieron significativamente más concretas: “Ana, te amo”, “Ana, te quiero” o “Ana, te deseo”. Ésas eran sus opciones si quería comunicarse con Ana.

Cristalizó entonces en su cabeza la idea de que, efectivamente, estaba enamorado de Ana. Se dio cuenta de que su sonrisa, irregular y con un colmillo fuera de sitio, no era la sonrisa más bonita que había visto, pero sí su sonrisa favorita. De que ese extraño gesto que se dibujaba en el lado izquierdo de la cara de Ana al reírse, una especie de guiño en el que el pómulo sube, el párpado inferior permanece inmóvil, y el párpado superior baja y sube casi imperceptiblemente como en un espasmo, era lo primero en que pensaba al despertarse por las mañanas. Se dio cuenta de que su cuerpo, tan delgado y desgarbado, le atraía mucho más que el de las voluptuosas chicas con las que él solía acostarse. De que era más feliz estando con ella de lo que había sido y nunca sería con todas esas chicas. De que no solo quería y amaba a su amiga, sino que realmente la deseaba. Y así se lo hizo saber enviando los siguientes mensajes:
DANI: Ana, te amo.
DANI: Te quiero.
DANI: Te deseo.
ANA: Jajajaja.
ANA: Qué dices?
El autotexto no ofrecía ya más que una palabra a cada vez, y Dani las iba presionando una tras otra, sin saber qué frase formarían ni adivinar la siguiente, por evidente que ésta pudiera ser. Conforme aparecían en la pantalla, dispuestas en su particular combinación, esas palabras iban convenciendo al joven de la sinceridad de su amor por Ana. Para ella debieron resultar igualmente convincentes, de manera que a la salida del trabajo se dirigió directamente a casa de su amigo. Esa noche durmieron juntos por primera vez.


Durante sus primeros días como pareja, Ana no dio importancia a lo diferente que era su relación con Dani a nivel comunicativo cuando estaban juntos y cuando hablaban por mensaje telefónico. La desbordante pasión amorosa que a lo largo del día aparecía sin freno en la pantalla de su blackberry desaparecía cuando se encontraban por las noches, casi siempre en casa de él, donde, si dejásemos de lado el aspecto físico de la relación y juzgásemos solo sus conversaciones, bien parecía que siguiesen siendo solo amigos. Y aunque Ana quiso justificar esta asimetría amparándose en la extrema timidez de su nuevo novio, según pasaron las semanas no pudo evitar sentir cierta inquietud.
Dani era consciente de la preocupación de Ana, y aunque sentía y pensaba todo aquello que le decía a través de los mensajes móvil, cuando estaban juntos se quedaba sin palabras. Ni “te quiero”, ni “estás guapa”, ni “me gusta tu peinado”.  Nada. Cero. Sin la chuleta del autotexto,  se encontraba perdido en el apartado amoroso de la comunicación verbal.
Se le ocurrió entonces un plan. Se compró un segundo móvil, y cada vez que, estando juntos, Ana se ponía especialmente romántica y él no sabía qué responder, se disculpaba e iba al servicio, a por otro vaso de vino o a bajar la basura. Transcribía entonces en el nuevo aparato aquello que Ana le había dicho y se lo reenviaba al suyo, consiguiendo así la respuesta del autotexto. No es que a Ana le hiciese mucha gracia que Dani desapareciese siempre en momentos tan poco oportunos, pero las respuestas de éste siempre la hacían encontrarse entre sus brazos para el momento en que recordaba su enfado.
Fue una buena semana aquella en la que el Plan Doble Telefonía se mantuvo exitoso. Hasta que Ana descubrió los mensajes telefónicos que Dani enviaba a una tal Ana2, enfadándose no tanto por el engaño en sí, como por el hecho de que utilizase exactamente la misma retórica amorosa con ella y con la otra Ana.
Durante dos meses, Ana evitó leer ninguno de los mensajes de Dani, y también se negó a responder a sus llamadas telefónicas. Sí que acepto abrirle la puerta en dos de las muchas ocasiones en que él se presentó en su casa, pero cuando lo hizo, Dani no supo qué decir.



Poco importa el proceso a través del cual se consiguió, pero tanto las explicaciones como el perdón llegaron. Lo que no evitó que, durante algún tiempo, Ana siguiese guardándole un cierto rencor a Dani. Sucede que la empatía es a veces una quimera, y que no podemos ponernos en el lugar del otro hasta que accidentalmente nos encontramos allí. Y a veces, ni eso.

Dani tardó los cinco primeros años de vida de su hija Carlota en darse cuenta de que Ana se encontraba perdida en un lugar en el que él ya había estado. El día de la celebración, la niña no entendió, pero Ana sí, por qué tras las obligadas muñecas, juegos de consola y el pijama de parte la abuela, su padre le entregaba un último regalo como si fuera la coronación de todos los anteriores, y al abrirlo no había más que un móvil bastante obsoleto. “Es para que lo compartas con mamá, para que te diga cosas bonitas, que ya sabes que le cuesta. Las palabras están dentro de ella. Solo hay que ayudarle a buscarlas.”

lunes, 18 de marzo de 2013

Los festivos del parado

Hoy es festivo en Madrid porque han pasado San José del lunes al martes para que la gente no se coja un puente por todo lo alto (una de esas medidas estrella anticrisis del PP, que son tantas y han funcionado tan bien, que ahora no me acuerdo de todas y sería injusto mencionar solo algunas). Creo que también debe ser festivo en otras comunidades, porque Mariló no estaba hoy en Las mañanas de la 1, y en la tele solo se suele faltar si es fiesta en más de una comunidad.

Los días festivos nos resultan muy desconcertantes a los parados. Nosotros vivimos sin calendario, y si ocasionalmente sabemos situarnos en el tiempo y descubrir en qué día de la semana nos encontramos, es solo gracias a los partidos de Champions, los hombres, o a los ciclos menstruales, las mujeres; guiándose por los ciclos menstruales de su mujer, o por las eliminatorias del equipo de su marido, aquellos hombres a los que no les gusta el fútbol y aquellas mujeres que se encuentran ya en la menopausia, respectivamente; y viviendo para siempre perdidos en el calendario aquellas parejas de parados formadas por hombres a los que no les gusta el fútbol y mujeres que ya no menstruan. De manera que, como digo, cuando llega un festivo, a los parados suele pillarnos por sorpresa.

Para empezar, descubres que tu amante no se despierta a las ocho, como debería hacer tratándose de un lunes, dejándote vía libre para pasarte a su lado de la cama, que está más frío o más caliente que el tuyo, pero está a una temperatura distinta, y eso es lo que importa, porque así es como si estrenases cama para tus dos últimas horas de sueño. Pero no, son las ocho y media, su despertador no ha sonado y ella está allí, ocupando su lado y la mitad del tuyo, y empiezas a comprender por qué anoche se cascó media botella de vino y no le pareció tan mala idea empezar a ver una película a las doce de la noche. Comprendes entonces, y esto te aterra, que te va a tocar compartir desayuno con una persona con la que en realidad no tienes nada en común y a la que no tienes claro que quieras seguir viendo. Bueno, igual si ella me llama, sí. Pero yo no.

Cuando por fin has conseguido liberarte de los compromisos que el sexo ocasional acarrea, sales a la calle y la encuentras repleta de gente. Parejas felices, familias felices, adolescentes... bueno, no felices, pero sí mucho más contentos de lo que deberían, sobre todo si van a pertenecer a una tribu urbana que se autodenomina 'emo'. No puedes ir al mercado ni al DÍA, de manera que si quieres meter algo en la nevera tendrás que ir a El Corte Inglés y aguantar una cola de quince personas que han decidido hacer una comida especial de festivo en el último momento. Tampoco puedes ir al banco, y tienes la cuenta casi a cero. Y cuando llegas a casa, ni siquiera la programación televisiva, ese refugio de autocompasión para el desempleado, es la habitual, y te encuentras con los presentadores suplentes, que por lo general suelen tener muy poca gracia.

En fin, que bastante duro resulta para nosotros no tener nada de dinero que dedicar al ocio en nuestro muchísimo tiempo libre, no poder permitirnos ningún capricho y saber que este año tampoco iremos de vacaciones. No nos robéis los días de diario también, por favor.

En esta vida, nadie es especial, pero todos deberíamos sentirnos especiales al menos una vez al día. Como parado, disfruto enormemente cuando salgo a la calle a las nueve y solo me cruzo con las madres que vienen de llevar a sus hijos al colegio, cuando voy al mercado rodeado de jubiladas y me peleo con ellas para que no me quiten la vez, o cuando llego a casa y almuerzo viendo a Arguiñano. Y aunque hoy los trabajadores de fiesta me hayáis robado eso, al llegar a casa me he encontrado con que había salido el nuevo disco de Bigott, o que cuanto menos su escucha ya estaba disponible en Spotify.

Bigott no es un tío especial, pero actúa como si lo fuera, y eso hace que los que le escuchamos podamos sentirnos especiales al menos un ratito.

domingo, 17 de marzo de 2013

Los amantes despechados

 
A día de hoy, mi género literario favorito es la crítica musical a los nuevos discos de Sr. Chinarro, acompañada de las correspondientes entrevistas promocionales a Antonio Luque.
 
 
(Aclaro antes de seguir escribiendo, y lo hago con la intención de atribuirme cierta objetividad, que evidentemente no es tal, pero esperando que se entienda mi neutralidad con respecto a los demás actores de los que hablo en el texto, que no soy de esos chinarristas primigenios – ninguno de los doce – capaces de recorrer kilómetros en procesión para ver sus conciertos, sin importar si realmente acababan siendo tan terribles como hoy se cuenta. De hecho, sólo he asistido a un concierto de Sr. Chinarro, en la Joy, presentando Presidente, y guardo de él un recuerdo excelente, no tanto por la actuación, que fue más que correcta, sino por las circunstancias que me rodeaban.
Se trataba de una de mis primeras citas con cierta chica a la que había empezado a ver poco tiempo antes. Nos habían regalado las entradas a uno de los dos, no recuerdo a quién, y antes de ir a la sala, cuando pasó por mi casa a recogerme, nos acostamos. El sexo resultó terrible, porque a veces cuesta adaptarse a una persona nueva, acostumbrados como estamos cada uno a nuestras particulares filias y fobias, satisfechos con nuestro repertorio habitual. Pero no por ello quiero perder la oportunidad de aconsejaros lo de follar al principio de la cita. De esa manera, el resto de la noche estaréis mucho más relajados y tranquilos, sin ese nerviosismo incómodo que sí, tiene su encanto, pero puede acabar guiándote hacia meteduras de pata terribles. Y si resulta que lo único que te interesaba de la otra persona era el sexo, ya puedes marcharte sin problemas. Y si no era así, al final de la cita podréis volver a hacerlo en plenitud de facultades.
A la salida del concierto, los relaciones públicas de la sala regalaban invitaciones con consumición para volver a la Joy en su versión discoteca cualquier día entre semana. Las aprovechamos un par de miércoles después y pudimos comprobar lo divertidamente sórdido que era el ambiente allí los días que no hay concierto. El local estaba medio vacío, solo poblado por parejas de bastante edad y bastante poco atractivo, y alguna que otra formada por tíos feos con camisa de rayas y zapatos náuticos, acompañados de chicas demasiado guapas y demasiado rubias como para estar con ellos solo por su buen corazón. No quisimos comprobar si el parecido con un local de intercambio quedaba ahí o si llegaba más lejos, porque, por suerte, para entonces, ya nos habíamos acoplado el uno al otro y el sexo era fantástico y no necesitábamos de terceros o cuartos acompañantes. Y creo que me estoy alejando más de lo previsto de mi objetivo inicial. Vuelvo a Chinarro.)
 
Hubo un momento, allá por la década de los 2000, en que algo cambió en la música de Antonio Luque. Después de haber disfrutado durante años de un incuestionable reconocimiento crítico y del apoyo de un núcleo de fans tan fieles como escasos, sus canciones empezaron a hacerse más y más populares, sus conciertos llenaban salas cada vez más grandes y ese festival indie itinerante que recorre España llevando siempre a los mismos grupos pero cambiándose de nombre en función de la ciudad en la que recale, le hizo cabeza de cartel. Me atrevería a decir que hasta empezó a vender más discos, pero esto sí que sería una exageración difícil de justificar. Cuanto menos, empezó a dejar de venderlos a menor velocidad que el resto. Pudo dejar su trabajo como ¿capataz? en una fábrica de bollería industrial (un articulista mucho más malvado que yo diría que la fábrica también salió ganando con su renuncia, porque, atendiendo a su pérdida de peso desde que se produjo, Luque debía comerse un importante porcentaje de la producción) y dedicarse profesionalmente a la música, lo que, por lógica, se tradujo en la publicación de trabajos mucho más profesionales, pero a los que los chinarristas tradicionales achacan cierta pérdida de magia.
Como digo, es relativamente difícil situar el momento en el que se produjo el cambio (aclaro que no me refiero tanto al cambio estilístico, que también existió, pero que aquí me interesa menos, como al cambio en la acogida que tuvieron sus obras). Para una más cómoda visualización, podría asociarlo al momento en que se dejó la barba y perdió la barriga, enguapando considerablemente, pero no sería del todo fiel a la verdad. Creo que eso lo hizo entre Ronroneando y Presidente, y para entonces ya estaba metido de lleno en su exitosa nueva etapa (porque, de hecho, nadie se atreve con según qué cambios de look a partir de cierta edad si no se hace respaldado por la confianza que proporcionan dos mil fans cantando tus canciones).
 
Supongo que el momento en el que nace el Chinarro exitoso fue cuando fichó por Mushroom Pillow. Cierto es que venía de haber sido elegido disco del año por la Rockdelux con El fuego amigo, lo que seguro que fue un espaldarazo considerable a nivel de público, pero dudo que sin el apoyo promocional de Mushroom y, sobre todo, sin Ártica detrás del booking de sus conciertos, Luque hubiese tenido el éxito que tiene hoy. Además, justamente es con ellos con los que empieza a sacar sus discos polémicos, aquellos de los que sus antiguos fans desconfían tanto: el, siempre a mi juicio, excelente El mundo según, los mediocres Ronroneando y Presidente, que no obstante tienen algunas canciones maravillosas (Babieca, El gran poder, La resistencia), y el terrible, por calidad y longitud, Menos samba, que la verdad es que no hay por dónde cogerlo. Dejo fuera de la lista el recientemente editado Enhorabuena a los cuatro, que no he podido escuchar suficientemente. Y es con esto que, siete párrafos y un par de confidencias sexuales después, vuelvo a mi punto de partida: las críticas y entrevistas musicales derivadas de estos discos.
No sé si recelosos de la popularidad de quien antes era su secreto particular, o realmente molestos con sus nuevas formas de hacer, los chinarristas, tímidamente primero con El mundo según, y ya desbocados desde Ronroneando, convierten sus reseñas en auténticos ajustes de cuentas a Antonio Luque. Como amantes despechados, le echan en cara que haya dejado de ser la persona de quien ellos se enamoraron. Quieren otros quince años como los quince primeros. Desconfían de las nuevas compañías de Luque. Ellas nunca le querrán como ellos lo hicieron. Lo suyo era especial, y esto solo son polvos de una noche. Se esfuerzan en creer que a él tampoco le gustan sus nuevas canciones, como cualquiera se engaña pensando que su ex en realidad no es feliz con el tío por el que le dejó. Convencidos de que no se trata más que de una canita al aire provocada por la crisis de los 40, le dejarán volver a casa cuando se dé cuenta de su error, pero no sin darle antes un buen rapapolvos. “¿Te has visto bien? Aféitate la barba y cómete un puchero. ESTÁS RIDÍCULO”.
Por su parte, Luque no pierde oportunidad de criticar a sus antiguos fans en ninguna de sus entrevistas. Él, más que un amante despechado, es esa ex que no sabe ganar. Se ha quedado con el piso, ha encontrado un nuevo trabajo en el que gana más que tú, y está más joven y guapa que nunca. Pero no puede llevarlo con elegancia, sino que se trae al nuevo novio para enrollarse con él delante de ti en la fiesta de tu amigo. Luque está convencido de que sus antiguos fans nunca le quisieron de verdad. Solo le usaron para sentirse especiales. Es más, ni siquiera a él le gustan sus antiguos discos. Todos eran una porquería (¿existe algo más doloroso que que una ex te tire por tierra un bonito recuerdo de amor?). Él no les debe nada. “Estoy genial. Estupendo. Me va mejor que nunca. Y NO ES GRACIAS A VOSOTROS”.
Amigos chinarristas, Luque realmente no os debe nada, y actuáis como si sí. Pensáis que le habéis dado los mejores años de vuestra vida, cuando es él quien os dado los mejores años de vuestra vida. Os ha dado un montón de canciones que habéis disfrutado enormemente gracias a las cuales os habéis podido sentir especiales en esos años en los que sentirse especial es tan importante. Daos cuenta de lo insano que es esperar que alguien, y tu relación con él, no evolucione, sea en el sentido que sea; de lo mezquino que resulta desear que esa persona permanezca siempre igual, solo por vuestra comodidad. Alegraos de su éxito actual. Y si realmente, como vosotros pensáis, resulta que todo es un simple espejismo, que con quien realmente es feliz él es con vosotros, siendo quien solía ser, disfrutad del reencuentro cuando atienda a razones y regrese con la cabeza gacha.
Luque, está muy feo hablar con tanto desdén de tus antiguos seguidores. Piensa que su apoyo, en parte, te ha permitido llegar a donde estás hoy. No les debes nada, pero tampoco les desprecies. No tires por tierra tus antiguos discos solo para hacerles daño. Dudo que realmente pienses que eran tan malos, pero sobre todo, para ellos son algo muy especial, y está feo arrebatarles eso. Claro que ellos te quisieron de verdad. Y entiende sus celos y su despecho. A ti ahora te va bastante bien. No les maltrates.
Como la chica con la que fui a aquel concierto y yo, cuando Luque y los chinarristas os encontrasteis erais dos personas suficientemente singulares como para que no todo funcionase a la primera. Pero conseguisteis haceros los unos a los otros hasta acabar transformando esas primeras experiencias terribles en algo fantástico, único y especial, que os unía al otro como no habíais estado unidos a nadie. Y, al igual que me pasó a mí con esa chica, los dos evolucionasteis hacia caminos distintos y esa unión se desdibujó. Pero no perdáis el tiempo revisitando una y otra vez aquello que os separó. Recordad los buenos momentos, y disfrutad esa canción buena que sigue habiendo en todos los discos de Sr. Chinarro y que aún os une a él, como yo disfruto de los quince minutos en que esa chica y yo conseguimos dejar de echarnos cosas en cara cada vez que quedamos a tomar café.

viernes, 15 de marzo de 2013

Aprenda español con... Rusos Blancos

El pasado lunes, la web Zambombazo, dedicada a la enseñanza del español a través de "obras culturales auténticas (...) del mundo hispanohablante" (subrayo el sic para dejar bien claro que quienes nos acreditan como obra cultural auténtica son ellos, no es que yo me las esté dando de nada), utilizó Más delgado para uno de sus ejercicios, al que aquí me permito rebautizar con el primer nombre que tuvo la canción, y que decidimos cambiar para que no siempre se nos diga que vamos de chiste: No me comes nada.

Como podéis ver en la hoja de actividades que cuelgo abajo, se trata del típico ejercicio que hemos hecho todos en clase de inglés, en el que nos ponían una canción y teníamos que ir rellenando los huecos en blanco. Lo que se llama un listening de-toda-la-vida-de-Dios.




Pero si os fijáis un poco más arriba, en el apartado antes de comenzar, veréis que plantea la siguiente situación: "si te encuentras con tu ex, ¿qué le dices?", para la que ofrece tres posibles respuestas:
  1. Le digo que todo me va muy bien.
  2. No le digo nada.
  3. Le digo que todo va muy mal.
Así me gusta, una pregunta ligerita, un tema nada delicado para ir entrando en calor.

Aunque sé que se trata de un ejercicio para internet, me gusta imaginar una clase repleta de semidesconocidos que en su tercera semana juntos se arrancan a compartir confidencias sobre la manera en que cada uno de ellos afronta sus rupturas. Imagino entonces a dos exes rencorosos que, teniendo en común una autocompasión desbordante y una total falta de escrúpulos a la hora de intentar dar pena para recuperar al ser querido, se enamoran el uno del otro esperando que sentirse miserable en compañía sea algo más entretenido que hacerlo en soledad.

Veo también que, dentro del temario, la web nos ha colocado en el apartado "2ª persona vs. 1ª persona", título que me parece fantástico y que me apunto para un próximo disco.

En fin, que la cosa, además de parecernos muy divertida y entrañable, ha resultado bastante provechosa en cuanto a visitas a nuestro bandcamp. Zambombazo debe ser una web con bastantes seguidores porque durante esta semana hemos tenido muchas escuchas de Más delgado provenientes de ella, y, aunque muchos de los ciberalumnos puedan no entender la gracia de una canción en la que un tipo le dice a su ex que, efectivamente, no solo está más delgado, sino que desde que lo dejaron su vida es una auténtica mierda, y que por muchas mujeres con las que se acueste no consigue encontrar a ninguna que le haga tan feliz como le hizo ella, espero que algún fan hayamos ganado.

jueves, 14 de marzo de 2013

Svetlana

1

Un día se puso a llorar encima de mí nada más correrse. No es que yo sepa mucho sobre mujeres, pero me recuerdo pensando  “no, esto no es una buena señal”. Yo aún estaba dentro de ella y ella había hundido la cara en mi pecho, mojándome con sus lágrimas. No era un llanto leve, no era una tristeza moderada, sino la llorera inconsolable de una niña pequeña. El hipo le entrecortaba la respiración, de por sí acelerada tras el orgasmo, y le impedía articular palabra. Al mismo tiempo, al llorar, se movía levemente arriba y abajo, haciendo que mi excitación se quedase pausada justamente en el instante previo a la eyaculación. También recuerdo que tuve miedo a correrme antes de que se calmase.

Poco después, entre varios “lo siento” y un “no sé qué me ha pasado” aún ligeramente entrecortados, se tranquilizó. Se quitó de encima de mí, se limpió las lágrimas, se limpió los mocos, y se acurrucó a mi lado, poniendo la cabeza sobre la almohada esta vez. Dudo que llegase a preguntarle nada. No parecía apropiado, así que le acaricie el pelo en silencio mientras me masturbaba. Cuando me corrí, se fue quedando dormida mientras extendía mi semen por su tripa y jugaba con él entre los dedos.


2
Otro día (y éste era uno de los días buenos), se tiñó el pelo de rojo y jugamos a llamarle Svetlana. El contraste del rojo con su piel, tan blanca, sus ojos, tan verdes, y sus labios, que sin tener nada de soviéticos son suficientemente bonitos como para merecer ser mencionados, ciertamente le daban el aspecto de una espía de la KGB.

Svetlana era la última agente activa de su sección. Había conseguido escaparse de Moscú durante la caída del comunismo, cuando le iban a borrar la memoria. Todo esto me lo contaba mientras compartíamos una improvisada cena rusa que había ideado y bajado a comprar después de inventarnos su mote, mientras yo estaba en la ducha. Entre bocado y bocado, me miraba fijamente, muy seria, y decía:

- ¿Te crees que no te recuerdo? ¿Lo que me hiciste a mí? ¿A mi familia?

Cuando acabé el postre, me hizo saber que había envenenado mi comida y que apenas me quedaban unos minutos de vida. Tan metido en mi papel como pude, me limpié los labios con la servilleta y me bebí el vodka que quedaba en mi vaso.

- Yo maldigo tu nombre, ¡SVETLANAAAAA!

Caí al suelo arrastrando parte del mantel conmigo. Ella empezó a recoger la mesa sin mirarme, pero riéndose de forma exagerada, como una villana de película. Cuando terminó, se tumbó a mi lado y me abrazó.

- Ya está bien de fingir. Svetlana ha cocinado. Tú friegas.


3
Svetlana y yo nos enamoramos en la clínica de venéreas. Como cabría esperar, fue ella la que rompió el hielo. Estábamos sentados el uno enfrente del otro en la sala de espera. Ella entró después de mí, y aunque sí que me llamó la atención, intenté centrarme en mi libro y abstraerme del deprimente entorno.

Debió haber pasado una media hora cuando me preguntó:

- Oye, ¿qué lees?

Aunque no había demasiada distancia entre nuestros asientos, sí que había la suficiente como para que los demás pacientes se girasen. Primero hacia ella, cuando hizo la pregunta, después hacia mí, esperando mi respuesta.

Tenía mis dudas de que realmente fuese a mí a quien hablaba, así que tardé en responder.

- Un cómic.

- Sí, eso ya lo veo. Digo que qué cómic lees.

Lo cierto es que yo llevaba intentando tapar la portada de mi libro desde que había entrado a la clínica. Yo no soy ningún aficionado a los cómics, pero pensé que sería una lectura ligera que me ayudaría a mantener la cabeza distraída mientras esperaba, de manera que entré en el cuarto de mi compañero de piso y cogí el primero que pillé, que resultó ser Pagando por ello. Memorias de un putero, de Chester Brown. Lo que no descubrí hasta que ya estaba en el metro.

Svetlana, que sí que era una aficionada (gran fan de Chester Brown, de hecho), había conseguido identificar el cómic a pesar de mi disimulo, y le había parecido muy gracioso por mi parte que me llevase justamente esa obra a la clínica. Pensó que era una especie de reivindicación. Mi particular Desfile del Orgullo Putero.

Cuando le conté la verdad, creo que se desencantó un poco, pero aun así se levantó y se sentó a mi lado, ante las miradoras incriminatorias de los presentes. Porque cuando vas a una clínica de venéreas, no se supone que debas conocer a gente nueva. Se supone que has de estar sentado, mirando al suelo con vergüenza, lamentándote por tu disoluta vida.

- ¿Tú qué tienes? – No esperó a estar a mi lado para preguntar, lo que hizo que todo el mundo nos mirase de nuevo. Mientras se sentaba, matizó – Bueno, si es que lo sabes.

Le expliqué la escasa gravedad de mi problema intentando no entrar en demasiado detalles, y, sin tener muy claro si lo cortés era devolverle la pregunta o no, me interesé por lo que ella pudiera tener. Antes de que le diese tiempo a responder, la enfermera salió y dijo mi nombre. Svetlana se ofreció a entrar conmigo, pero antes de terminar la frase rompió a reír.

Al salir de la consulta, volví a sentarme a su lado y esperamos juntos a que llegase su turno. Mientras la atendían, seguí leyendo a Chester Brown, y cuando salió, nos fuimos juntos. Ninguno de los dos tenía nada grave.

Yo no había desayunado. Por alguna razón, me pareció apropiado ir sin desayunar. Por si tenían que hacerme análisis. Le propuse ir a un bar, pero ella se ofreció a prepararme el desayuno en su casa. Durante los dos días siguientes, apenas dejamos su habitación. Habituados como estábamos ambos a una promiscuidad alcohólica y despreocupada, el inicio de un romance cimentando en antibiótico y sexo seguro, nos resultó de lo más exótico.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Rashida Jones.



Estoy enamorado de Rashida Jones. En general, tengo tendencia a enamorarme de las actrices de las series de televisión que veo. Y digo “enamorarme” no en el sentido más honesto del término (no me enamoro de ellas como lo he estado de algunas exnovias, desde luego), pero sí para diferenciarlo suficientemente de la simple excitación sexual. De hecho, la mayoría de estas actrices de las que me enamoro ni siquiera me ponen especialmente cachondo. No suelen ser a ellas a quien busco en páginas de descuidos de famosas o vídeos caseros robados, sino que con ellas suelo fantasear (yo soy muy de fantasear) en otro tipo de situaciones de pareja: despertando juntos, yendo al cine o a cenar, haciendo bromas sobre su propia serie.

Y cuando digo que me enamoro de las actrices me refiero a ellas, no a los personajes que interpretan. Que ya sé que a ellas solo las conozco a través de esos personajes, pero yo-sé-lo-que-me-digo. En mi adolescencia sí que solía enamorarme de los personajes. Estuve locamente enamorado de Rachel Green, por supuesto, y no de Jennifer Aniston, que tiene pinta de perra pasivo-agresiva hasta el punto de volver loco a Brad Pitt, que por lo demás parece ser un tío bastante manejable y fácil de llevar. Estuve enamorado de Brenda Chenowith en esa etapa autofustigadora tan intensa por la que todos pasamos, en la que a la vez te sientes especial y miserable, vacío y artístico, pero no lo estuve de Rachel Griffiths, que sin la neurosis y la ninfomanía que los guionistas de A dos metros bajo tierra habían ideado para Brenda, no dejaba de ser una guapifea más, como hay tantas.


El que probablemente fue el último personaje de ficción televisiva del que me enamoré, algo lejos ya de la coartada adolescente de la que me he servido en el párrafo anterior, compartía serie con Karen Filippelli, el personaje interpretado por Rashida Jones en The Office: Pam Beesly. Pam era muy guay. Por un lado era muy dulce, muy divertida, pero también tenía mala leche para hacer bromas a sus compañeros. Y además, y vale que aquí el mérito es más de la actriz que de los guionistas, era muy, muy guapa, pero de una forma muy sencilla. Pam era, básicamente aquella amiga del instituto de la que siempre estuvimos enamorados, que salía con un tío más guapo y más alto, que se lo pasaba mejor con nosotros, y que, a pesar de ello, nunca pudimos conquistar.

Y, aun con lo fácil que era enamorarse de Pam, un breve vistazo al perfil de imdb de la actriz que la interpreta, bastaba para descubrir, además de una carrera ciertamente estancada, un desfile de peinados horrendos y vestidos horteras que nos revelan a Jenna Fischer como la choni que en realidad es. Por mucho que hayas estado casada con hasta dos guionistas, a mí no me la cuelas.


Con Rashida Jones me ocurre lo contrario. Su personaje en The Office era bastante menos guay, desde luego, aunque también tenía su encanto. Pero de ella me gusta todo. Es guapísima y viste muy, muy bien. Tiene muy buen culo. Pero un culo real, no un buen culo en plan Jessica Alba, sino un culo de caderas anchas, algo gordo y muy bonito. Es bajita. Me gustan las mujeres bajitas. Tiene voz ronca, como si acabase de llegar de after mientras la espero en la cama. Me gustan las mujeres de voz ronca que llegan de after mientras las espero en la cama. Ha elegido bastante bien sus papeles. Ha sido novia de Zooey Deschanel en la ficción. Ha sido cuñada de Tupac Shakur en la vida real. Parece bastante divertida.

Me gustaría ser el novio de Rashida Jones, y a veces fantaseo con ello (yo soy muy de fantasear). Me la imagino preparando desayunos hipercalóricos las mañanas de domingo, comentando a gritos los partidos de fútbol sin rigor alguno, cantando borracha en algún karaoke, yendo juntos a cenar a casa de sus padres. El padre de Rashida es Quincy Jones. Sí, el productor. Fantaseo con el momento en el que le dice “Papá, Manu es músico” y se levanta y pone un cd de Rusos Blancos. Fantaseo con la cara de su padre, que apenas puede terminarse el postre mientras no se molesta en disimular su absoluta desaprobación ante lo que oye. Fantaseo con reírnos de ello juntos al llegar a casa.


Bienvenida

Abro este blog con la idea de ir colgando pequeños relatos, reflexiones y mis tonterías habituales. Es un poco lo que ya hago en las cuentas de facebook y twitter de los Rusos, solo que aquí ya puedo explayarme tranquilamente sin límites de espacio y desarrollar cosas personales que en la cuenta del grupo estarían fuera de lugar (sí, aún más fuera de lugar que algunas publicaciones que ya habéis visto, alabanzas a la ayudante de Arguiñano incluidas). Y aunque no es un blog sobre los Rusos, sí que iré contando cosas nuestras, hablaré sobre el nuevo disco y los próximos conciertos. Espero que lo disfrutéis y sentíos libres de comentar y preguntar lo que sea en él.