Partamos de que buscamos un imposible. No tanto un animal
mitológico, un unicornio, un perro de tres cabezas o un mono alado del que nos
llegan ecos de la antigüedad pero al que nunca, ni en nuestras primeras
fantasías infantiles, hemos barajado como real. Se trata más bien de una
fantasía adolescente, que ya sabemos que son infinitamente más peligrosas que
las anteriores, puesto que nunca se desechan del todo y corremos el riesgo de
perseguirlas durante el resto de la vida.
Se trata, en definitiva, de algo en lo que querríamos creer,
algo que anhelamos, pero que en realidad no está ahí.
Hace unos meses, una amante me contó que varias de sus
amigas estaban usando Tinder y que estaban encantadas con el resultado. Hasta
ahí, nada relevante; a estas alturas no hay nada de especial en que la gente
utilice las redes sociales para buscar pareja de manera explícita.
- ¿Qué es? ¿Como un Grindr para heteros?
Según hice la pregunta, pensé que mi descripción era una
manera bastante imprecisa, puede que por poco realista, puede que por ingenua,
de definir lo que esa nueva red social es. Sin embargo, antes de que me diese
tiempo a matizar, mi antigua amante respondió afirmativamente.
Inicialmente yo me mostraba escéptico, tanto como en su
momento me habría mostrado si alguien me hubiera definido Badoo como un Bakala
para heteros. Precisamente sirviéndome de esa analogía, le expliqué mis
reservas sobre que el uso de Tinder fuera similar al que mis amigos maricas
hacían de Grindr. Le expliqué que ellos lo usaban para follar directamente. Y ella me respondió que
sus amigas hacían lo mismo, también para follar directamente. Así que tomé su palabra por buena quedándome tan
sorprendido como, por qué no decirlo, entusiasmado.
(Más tarde me daría
cuenta de que directamente es una
unidad de tiempo suficientemente ambigua como para que dos personas la utilicen
de manera simultánea refiriéndose a intervalos completamente distintos).
Un par de semanas después, una tarde en la que estaba
terriblemente aburrido y tenía unas ganas locas de… probar cosas de forma
empírica, decidí bajarme Tinder y testearlo por mí mismo. Y si bien no puedo
decir que la experiencia fuera poco satisfactoria (ni poco efectiva a la hora
del ligue tampoco), en absoluto se parece a nada que podamos definir como “un
Grindr para heteros”.
Usé la aplicación durante un par de semanas en las que charlé
con unas diez chicas, con nueve de las cuales apenas pasé de un breve cruce de
palabras. Y ahí encuentro el primero y, para mí, más importante de los
inconvenientes: la charleta.
Si hay algo que me agota en la vida es la conversación
insustancial, sea en el contexto en el que sea. A la hora de entrar a una chica
en un bar, no hay nada que me dé más pereza que esos quince primeros minutos de
charla banal en los que intentamos ver si hay química. Pero cuando se produce
en ese entorno, al menos llevas un par de copas encima y estás en contacto
directo con la persona que te ha gustado. Es, por tanto, más fácil abstraerse
del terrible carrusel de lugares comunes en los que solemos caer todos cuando
ligamos. Sin embargo, hacerlo sereno y
vía móvil… para mí resulta demasiado.
¿En qué se diferencia esto de Grindr y la manera en que muchos
gays lo usan (por lo menos mis amigos y muchos de sus conocidos)? En que la
charleta se elimina de la ecuación y, puesto que lo que se busca es un polvo,
una relación puramente física, es a eso a lo que se ciñe la brevísima
conversación: “¿Foto de cuerpo?” “¿Cuánto te mide?” “¿Qué te va?” “Chupar pies
y que me escupan en la boca.” “Esta es mi dirección.” “Tardo quince minutos.”
Digamos que eso se acerca más a la idea que yo tengo de directamente.
(Antes de que nadie se ofenda, aclaro que soy consciente de
que Grindr también se usa como herramienta para un ligoteo más tradicional y no
solo como instrumento para la búsqueda de sexo sin compromiso).
En esas dos semanas de uso de Tinder también conocí a una
chica majísima y muy guapa con la que tuve una cita bastante divertida.
Terminamos acostándonos esa noche y, aunque ambos nos escribimos un par de
veces más durante los siguientes días, ninguno de los dos pusimos demasiado
entusiasmo en volver a quedar. En resumen, la experiencia, por objetivo,
desarrollo y resultado, no se alejaría demasiado de cualquier ligue de una noche:
atracción física inicial, simpatía mutua y sexo sin expectativas de que la cosa
vaya más allá. Con la diferencia, eso sí, de que ambos invertimos mucho más
tiempo del que normalmente se invierte ligando en un bar.
Añado, además, que tengo la sensación de que si los dos nos
volvimos a escribir durante los siguientes días fue más por educación que por
el interés que pudiéramos tener ninguno de los dos en una segunda cita. Me
explico: entiendo que después de habernos estado escribiendo con frecuencia
durante cuatro días, no dar señales de vida después de habernos acostado nos
resultaba feo. Pero me resulta difícil imaginarme a mis amigos gays en esta
situación después de follar con un tío al que han conocido por Grindr, o a
cualquiera después de tirarse a un ligue de una sola noche. Y si esa
diferenciación se produce es porque en Tinder, a diferencia de la otra
aplicación, el tipo de interacción se enmarca en un contexto más romántico que sexual.
Precisamente, ese es otro de los principales problemas que
le encuentro a la aplicación. A día de hoy, para la mayoría de nosotros, lo
natural es que una relación se inicie primero en un plano sexual para, con
suerte, más tarde adentrarse en el romántico: conoces a alguien, sea un bar, en
el trabajo o a través de un amigo; os acostáis un par de veces; y si hay
química poco a poco se pasa al siguiente nivel. Para mí eso, que lo carnal
preceda a lo metafísico, lo que somos a lo que queremos ser, es más natural que
construir una relación platónica en la que se comparten gustos, fobias,
intereses e intenciones antes de haberse dado siquiera un beso.
Lo que en el fondo es tan antiguo como el amor epistolar. (Vaya nalgas, ¿no?)
En cualquier caso, también es cierto que tiene lógica que
una aplicación que se sirve de Facebook como de base de datos dé lugar a la
búsqueda de relaciones más o menos convencionales. Las fotos y gustos que se
suben a la red social más extendida, aquella en la que tienes agregados a tus
padres, tus sobrinos, la tita Julia y tu jefe, no resultan las más apropiadas a
la hora de buscar sexo indisimuladamente (a pesar del enorme porcentaje de
usuarios de Facebook que lo usan principalmente para buscar sexo con menos
disimulo del que querrían creer).
Habiendo dicho todo esto, lo cierto es que si Tinder no es
un Grindr para heteros es porque la mayoría de las mujeres no estaríais interesadas en una aplicación así.
Creo que no estoy descubriendo nada si digo que a la mayoría
de los tíos nos atrae la idea de tener sexo con una completa desconocida, con
alguien de quien sabríamos poco más que su nombre, su aspecto físico y su
predisposición a irse a la cama con nosotros. Por supuesto, también hay hombres
a los que este supuesto no les gusta en absoluto. Yo tengo algún conocido que
abomina de ese tipo de sexo por parecerle propio de animales, objeción a la
que, aun respetándola, no puedo evitar responder que si hay una faceta de mi
vida en la que quiero que lo animal premie sobre lo civilizado es,
precisamente, el sexo.
Pero ya os digo que, salvo contadas excepciones, preguntad
por ahí y veréis cómo la mayoría de nosotros, como poco, no tendríamos
inconveniente en follar bajo esas circunstancias. Sin embargo, a la mayoría de
las chicas os pasa lo contrario.
Días después de mi cita con la chica de Tinder quedé con
otra chica a la que también había conocido por vías poco tradicionales (que
ahora no vienen al caso). Cuando ella me comentó que también había probado la
aplicación y compartimos nuestros resultados, salió a relucir las diferencias
que yo veía entre Grindr y lo que me habían prometido como su versión hetero.
Su respuesta fue que a ella no le atraía en absoluto la idea de acostarse con
un completo desconocido sin apenas cruzar palabra o saber nada de él. Y esta
chica de la que os hablo muy difícilmente podría ser definida como una
reprimida sexual: ha tenido múltiples parejas, ha hecho sus tríos… Quiero
decir, que si no hace algo no es porque no se atreva, por falta de modernidad o
por la presión social, sino que, sencillamente, es algo que no le pone.
También hablé del tema con varias de mis amigas, que tampoco
creo que sean ningunas mojigatas (tampoco os estoy llamando putis, eh chicas).
Y todas me respondieron lo mismo: que lo de follar con alguien de quien no
supieran nada en absoluto y con el que hubieran contactado únicamente por una
red social no era algo que les llamase la atención precisamente.
Mis amigas, las mojigatas, un martes cualquiera.
Tengo un amigo que tiene la teoría de que las mujeres
entienden el sexo de una manera más íntima porque, mientras que nosotros penetramos, ellas son penetradas. Piensa que es más invasivo, o, usando sus propias
palabras: “¿Tú te imaginas lo que debe ser sentir un cuerpo extraño dentro de
ti?”. Si bien valoré esta teoría brevemente, terminé por rechazarla por dos
motivos.
En primer lugar, la mayoría de mis amigos gays son pasivos,
es decir, por lo general son penetrados,
y ellos no parecen tener el menor problema a la hora de tener un cuerpo extraño
dentro de sí, sin importar a veces lo desconocida que pueda ser la persona a la
que el cuerpo extraño en cuestión pertenezca. Y, en segundo lugar, y al hilo de
lo que comentaba antes de mis amigas, y por lo que yo mismo he podido observar,
la cuestión poco o nada tiene que ver con la intimidad.
Hace unos años tuve una novia junto con la que coqueteé con
el mundo del intercambio de parejas (no tengo claro si el uso del verbo
‘coquetear’ me convierte en una señora de sesenta años). Al adentrarnos en el
universo swinger pudimos comprobar,
por un lado, que en los distintos chats y páginas de contactos sexuales había
una mayoría absoluta de chicos solos, algunas parejas, y poquísimas chicas (la
mayoría de las cuales eran chicos con nicks
falsos).
¿Es necesario dejarse bigotito para introducirse en la comunida swinger?
Comprobamos también cómo muchas de esas parejas se servían
precisamente de páginas gays para relacionarse entre sí y buscar compañeros de
juegos. Si muchas lo hacían, aun cuando ambos miembros de la pareja eran
estrictamente heterosexuales (y las personas con las que contactaban también),
es porque en esos espacios el contexto sexual estaba preestablecido, sin
necesidad de rodeos o rubores.
En la primera pareja con la que hablamos, la chica nos
comentó que ella no había tenido ninguna experiencia hasta que le conoció a él
y que, aunque era algo de lo que disfrutaba enormemente, no se veía haciéndolo
por su cuenta en el caso de que se quedase soltera. Más tarde comprobamos que
ese patrón se repetía en la mayoría de los swingers
(de hecho, más o menos, es el que se daba en la mía).
Tiempo después,
hablamos con otra pareja en la que la chica también había tenido
experiencias similares con otros acompañantes, pero nunca por su cuenta. Su
novio tenía la teoría de que se debía al temor a la supuesta superioridad
física del hombre: entendía que a una chica le provoca más miedo que a un chico
irse a casa de un desconocido con el que no se ha interactuado en persona, o
llevárselo a la propia, porque en el caso de encontrarse con alguna situación
desagradable, el varón, en teoría, sería más fuerte que ella (digo “en teoría”
porque creo que casi todas las chicas con las que me he ido a la cama tenían
más fuerza física que yo).
Su novia, sin embargo, aun reconociendo que podía ser un
factor que la hubiera influido, no lo consideraba tan determinante, puesto que
también se había ido a casa de tíos a los que había conocido en un bar y con
los que apenas había intercambiado un par de palabras con las que difícilmente
se podía descartar que el afortunado fuera un maniaco asesino. La interacción
física directa, para ella, resultaba determinante no a la hora de tener más
confianza, sino a la hora de excitarse.
Sí, lo es.
Asimismo, las distintas parejas con las que hablábamos
insistían en que las chicas solas en este mundillo
eran inexistentes; un animal mitológico, como decía al principio. A pesar de
ello, cuando mi chica y yo rompimos, llegué a quedar con una chica sola a
través de una de las páginas que nos habían descubierto. Eran las dos de la madrugada y la chica fue directa al
grano. No quería saber ni mi nombre ni que intercambiásemos teléfonos. Solo
quería que le pusiera la webcam para
verme la cara y la polla y saber si me gustaba el sexo anal. Después de
mostrarme y de sentirme como si a Bob Marley le hubieran preguntado si le
gustaba la marihuana, me dio su dirección y me planté en su casa. No voy a
decir que era una modelo, pero creedme si os digo que estaba bastante bien y
echamos un polvo fantástico. Ni cambiamos teléfonos ni me dijo su nombre. Eso
es directamente.
Si cuento esto es para dejar claro que sé que, evidentemente,
tal y como existen excepciones del lado de los chicos, también hay algunas
chicas a las que buscar sexo anónimo y despreocupado a través de internet les
gusta tanto como al que más. Pero estaréis de acuerdo en que no es la norma
general.
La semana pasada quedé a cenar con unos amigos y les hablé
de que estaba preparando esta entrada para el blog. Cuando les comenté, poco
más o menos, todo lo que ya os he expuesto aquí, una de las chicas del grupo
expresó que aún quedaban muchos años para que una aplicación como Grindr
pudiera funcionar con éxito entre las mujeres. Entendí entonces que no, que no
era una cuestión de paso del tiempo o modernización; que, si ni las
convenciones sociales ni los condicionantes morales resultaban factores
coercitivos para ninguna de las chicas de las que os he hablado, no se trataba
de esperar a un mayor grado de liberación sexual, puesto que ellas ya hacían
exactamente lo que les apetecía.
La liberación sexual no consiste en esperar que los demás se
comporten como a nosotros nos gustaría que lo hicieran, sino en que cada uno
haga lo que quiera sin que le importen los demás. Si Tinder no es un Grindr para
heteros es porque a los hombres y a las mujeres no siempre nos gustan las
mismas cosas. Y está bien que sea así.