De las costumbres y deberes sociales que la interacción
humana nos impone, creo ninguno me molesta más que la obligación de ser feliz. Y
no me cabe duda de que el incumplimiento de ningún otro será recibido con mayor
escándalo y preocupación por nuestros semejantes.
Os invito a hacer la prueba y a que manifestéis en alguna
reunión familiar o de amigos vuestro nulo interés en casaros o tener hijos,
vuestra renuncia expresa y notarizada a la medicina occidental, vuestro deseo
de afiliaros a ISIS (¿uno se afilia a ISIS? ¿cómo se entra en una organización
terrorista? ¿habrá mucho papeleo? ¿tendrán permanencia?) o vuestra voluntad de
pasar todo vuestro tiempo libre en orgías poliamorosas interraciales. Si acto
seguido les informáis de que no sois felices, veréis cómo todo lo anterior pasa
desapercibido y todo el mundo se escandalizará por vuestra infelicidad.
No me estoy refiriendo a que les comuniquéis que estáis
deprimidos o estáis pasando una mala racha, ni tampoco al extremo de que estéis
a punto de quitaros la vida; sino, simplemente, a que les expliquéis que, por
lo general, no sois personas felices, lo aceptáis y vivís con ello. Ante semejante
anuncio, el grupo se sentirá amenazado. Nadie entenderá nada. No es tanto que
la sociedad te haya fallado a ti como que tú le hayas fallado a la sociedad. Eres
un foco de contagio, un problema en potencia: “¿Por qué cojones esta persona
occidental que tiene, más o menos, todo lo que una persona normal podría querer
dice que no es feliz? ¿Qué está intentando decirnos? ¿Acaso hay algo que nosotros,
que sí somos felices, no vemos? ¿Nos está llamando estúpidos?”
Y ese es el momento en que debéis rebajar la tensión
diciendo que era broma, que simplemente vais a entrar en una secta sionista
matriarcal (la única sociedad en la que el matriarcado da más miedo que el patriarcado
es la sociedad judía; está comprobado, hay estudios).
Bien, pues sobre esto os iba a hablar hoy, sobre lo mucho
que me molesta que en estas fechas un montón de extraños me deseen feliz
entrada y salida de año (yo seré feliz cuando me dé la gana); sobre cómo, ahora
que todos hacemos balance del 2014, me reafirmo en que, por lo general, hay
gente que siempre cree que ha tenido un año bueno y gente que siempre cree que
ha tenido un año malo, con independencia de lo que les haya ocurrido a cada
uno; sobre cómo creo que los años se parecen mucho entre sí y que no hay
ninguno especialmente bueno (quizás cuando conoces al amor de tu vida o nacen
tus hijos), ni especialmente malo (salvo cuando te encuentran un cáncer
terminal, te desahucian o algo así).
Este era mi tema para la Nochevieja, sí. Manuel Rodríguez, bringing la bajona a las
celebraciones colectivas since 1984.
I killed the party again, I ruined for my friends.
Pero entonces me he encontrado esta maravillosa noticia en
la que se nos informa de que Lucía Extrebarría va a empezar una carrera como Dj
debido a sus problemas económicos (cuando uno es escritor, buscarse un plan de
seguridad económica en el que eres pinchadiscos me parece un plan regular, pero
ella sabrá lo que hace con su vida): http://www.elcorreo.com/bizkaia/gente-estilo/201412/30/lucia-etxebarria-hace-problemas-20141229202517.html
La noticia lleva circulando un par de días, ha sido
compartida por mucha gente, pero pocos han prestado atención a la verdadera
estrella de la misma, eclipsado por Etxebarría, que es el redactor o redactora
que decidió empezar un párrafo de la siguiente manera: "De naturaleza
liante, Lucía ha estado en el corazón de la polémica en repetidas
ocasiones."
Bravo. Esto me ha alegrado el día. A partir de ahora pienso
utilizar “de naturaleza liante” para absolutamente todo:
“De naturaleza liante, Esperanza Aguirre se ofrece como
candidata a la alcaldía de Madrid”.
“De naturaleza liante, mi gata se ha hecho caca fuera de las
arenas”.
“De naturaleza liante, el cordero me ha dado ardor”.
“De naturaleza liante, Kim Jong-un ha bombardeado Massachusetts”.
“De naturaleza liante, me he acostado con tu novia”.
De naturaleza liante, 2014 se termina. Pasad 2015, con su
naturaleza liante respectiva, felices o no, como os dé la gana.
Las listas de lo mejor del año siempre son polémicas, y todo lo que tenía que decir a ese respecto ya lo dije aquí el año pasado: Sobre las listas de lo mejor del año. En ello me reafirmo. O no. No sé, no me he vuelto a leer.
El caso es que a mí también me gusta y divierte hacer listas con las canciones que más me han gustado del año, así que, tal y como hice el año pasado, esta es la lista de las canciones que más me han gustado en 2014. En ella compruebo que me han gustado más canciones que en el año anterior. Quizás se deba a que es el primer año desde que sacamos el Sí a todo en 2011 en que no editamos nada, por lo que habré podido disfrutar de la música sin el agobio de competir y dejando de lado la envidia, auténtico motor de mi existencia.
Ya fuera de broma, parece que sí me han gustado más canciones, pero tengo la sensación de que me han gustado muchos menos discos. Yo soy muy del formato álbum por encima del single, y muchas de las canciones aquí presentes pertenecen a discos que me han gustado regular. Pero es el signo de los tiempos...
En ese sentido, mi discos favoritos del año han sido: Legao, de Erlend Oye en el ámbito internacional; Rosi, de Templeton, en el ámbito internacional; y Deletrea, de Hans Laguna, en el ámbito catalán.
Aclaro que la lista se presenta en orden alfabético y que ha sido realizada con el objetivo de molar y servir a mis intereses, que es la manera honrada de hacer las cosas.
Feels Like Fire, de Ryan Adams en Ryan Adams.
Tras Ashes and Fires,
van dos discos consecutivos de Adams que han sido recibidos con sorprendente júbilo
por parte de la crítica, especialmente si tenemos en cuenta el aparente desdén
con el que llegaron a tratarse sus trabajos en la parte final de esa época en
la que sacabas unos treintacinco discos al año (disco arriba, disco abajo). Aquellos
podían ser terriblemente irregulares, pero siempre encontrábamos un par de
joyas por disco; en estos hay menos pinchazos, pero pocos destellos. Feels Like Fire es como el resto del
disco: AOR pacón tanfantásticamente tocado como ya oído del
que haría las delicias de tu cuñado si vivieses en Missouri. Con el añadido,
además, de que a mí me ha gustado especialmente. Ya sabéis que tengo
predilección por todo lo que arde.
Gardenias, de Elsa de Alfonso y Los Prestigio en Desencuentros.
Esta canción es fantástica. Además del hipnótico riff de teclado, la melodía de la voz
del estribillo me gusta mucho (no consigo quitármelo de la cabeza y terminaré
por copiarlo). Ha sido un gran año para las canciones con títulos de nombre de
flor.
Unbloomed, de Johnny Aries en Unbloomed.
Descubrí este disco en el blog de Un marino en la orilla y
me ha gustado mucho. Os recomiendo tanto el disco como el blog.
Overwhelmed with Pride, de Avy Buffalo en At Best
Cuckold.
Avy Buffalo ha sacado un disco fantástico, uno de los que más
me ha gustado en este año, de título desvergonzado (Cornudo en el mejor de los casos sería su traducción aproximada). En
él brilla especialmente esta canción sesentera en la que la independencia
sentimental se celebra con la nostalgia y las dudas propias de quien no está
seguro de quién eligió a quién, si él a la soledad o la soledad a él. La
orquestación es maravillosa, capaz de competir con el mejor Burt Bacharach. Nobody's Empire, de Belle & Sebastian.
El primer adelanto de su próximo disco, The Party Line, me dejó bastante frío, pero Nobody's Empire está muy bien. Es exactamente lo que uno espera de una canción de Belle & Sebastian, y por eso me gusta.
Poderes extraños, de La Bien Querida, en Premeditación.
La facilidad que tiene La Bien Querida para hacer melodías
es absolutamente envidiable. Y lo digo de manera literal: es imposible no
envidiarla por ello. Y lo mismo sucede con sus letras de amor y despecho que
cualquiera asumimos instantáneamente como propias, como si hablasen de nuestra
vida misma. Para mí, su secreto reside en no tener pudor a la hora de mostrarse
vulnerable, en hacer canciones de amor sin miedo al ridículo en las que
aquellas emociones que nunca reconoceríamos (el despecho, la codependencia, el
revanchismo…) aparecen en primer plano. Y todos nos sentimos retratados.
It’s Ok, de Bigott, en Pavement Tree.
La misma facilidad envidiable de la que hablaba antes con la
Bienque se le puede achacar a Bigott, que además, fácilmente, puede ser el tío
que mejor cante en toda España. A lo largo del disco, cuando aparecen esas
canciones algo más planas y de melodías no tan brillantes, termino por echar en
falta el rollo marciano que Paco Loco le daba a la producción de sus obras
anteriores, pero el encanto de Pavement
Tree, Baby Lemonade, Echo Valium o, mi favorita, It’s Ok, con su adictivo riff, es innegable. Mención aparte
merece la fantástica portada.
After the Disco, de Broken Bells en After the
Disco.
Esta canción me gusta mucho, tiene una melodía vocal
fantástica y he tenido que plagiarla para una letra que tenía y que no
conseguía hacer funcionar. Espero que no se note mucho.
Pam Pam!, de Los Caramelos en Esconde
tus alas en la torre fantasma.
Una canción adictiva. Cada vez que la escucho me la tengo
que poner varias veces seguidas.
Did I Ever Love You, de Leonard Cohen en Popular Problems.
Es muy posible que Leonard Cohen escribiera esta canción con
el piloto automático, pero no por ello deja ser buenísima. El juego de voces
con las chicas en el estribillo también puede ser obvio, pero no por ello
engancha menos. Y que alguien dude realmente de la propia naturaleza de su amor
tampoco es algo especialmente novedoso en la canción pop, pero pocas veces lo
he visto expuesto de manera tan sencilla (“¿Alguna vez te amé? ¿Realmente importa?
¿Alguna vez me enfrenté a ti? No hace falta que respondas”) y poética al mismo
tiempo (“Los limoneros florecen, los almendros se marchitan. ¿Alguna vez fui
alguien que pudiera amarte para siempre?”.
Presión, de Cosmen Adelaida en La
foto fantasma.
Algún día escribiré la tesis doctoral El espacio urbano en las canciones de Javier Egea Llorente. Me gusta
mucho como Javi usa la ciudad como recurso poético y la introspección se expone
a partir del entorno. Especial mención para el verso: “Aquí te espero / tol’día entero”.
Dust in the Circuits, de Bart Davenport en Physical
World.
Por lo general, me suelo aburrir bastante en los conciertos
porque mi capacidad de atención es muy limitada. Sin embargo, este año estuve
viendo a Bart Davenport en Teatro del Arte y salí extasiado y con ganas de
aprender a tocar a la guitarra. Bart es de esas personas capaces de hacerte
creer que hacer canciones sencillas es sencillo (nada más lejos de la realidad,
creedme). Dust in the Circuits es mi
favorita de su último disco.
Ain’ that Easy, de D’Angelo en Black Messiah.
Lo que ha pasado con el Black
Messiahes el mejor ejemplo de
por qué hay que esperar un poco más para sacar las listas de lo mejor del año
(o de por qué D’Angelo debería haberlo sacado algo antes, porque seguro que las
muchas listas que hubiera encabezado le podrían haber proporcionado unas
cuantas copias vendidas más). Es un disco sin singles, una obra que es un todo
en el que es muy difícil destacar una canción por encima de otra. Creo que por
separado pueden no llamar tanto la atención, pero si escucháis el disco en su
totalidad seguro que os engancha. En fin, que me alegro mucho de que el autor
de Vodoo, uno de los discos favoritos
de mi adolescencia (durante aquella época era mi-disco-de-follar) haya vuelto a
editar algo, aunque le haya llevado casi quince años.
Universos paralelos, de Jorge Drexler en Bailar en la cueva.
En el indie se le presta muy poca atención, pero Jorge Drexler tiene muchas canciones fantásticas. En esta, además, me gusta mucho el vídeo. Mistakes of My Youth, de Eels en The Cautionary Tales
of Mark Oliver Everett.
Creo que el disco en general le ha quedado un poco flojeras, muy de piloto automático. Pero
esta canción la habré escuchado un millón de veces y no me cansa.
Postcard, de Roddy Frame en Seven
Dials.
Esta canción me gustó tanto que, la primera vez que la
escuché y tras un par de escuchas, no pude evitar plagiar la melodía. Cuando
saquemos esa canción me decís si se nota mucho.
Seasons (Waiting on
You), de Future Islands en Singles.
El mundo entero sufrió un flechazo instantáneo con Future
Islands después de ver a su cantante hacer el funky chicken y lamerse los dedos en el programa de David
Letterman. ¿Cómo no adorar a un grupo con tan poco glamour en su imagen, con un
bajista señora-señoro y liderado por alguien
con aspecto de profesor de gimnasia reasignado tras tener un affair con un alumna? A mí el resto del
disco me gusta regular, pero Seasons
es un temarraco. Ola de calor, de Grupo de Expertos Solynieve en Colinas bermejas.
Mira que, gustándome, yo nunca he tenido una querencia especial por Jota, pero casi todo lo que están él y Manu Ferrón en Grupo de Expertos me está encantando. Especialmente, su sorprendente faceta de baladista. Así, si en El eje de la Tierra, entre mucho donde elegir, mi favorita era Misionero de Dios, aquí lo es Ola de calor.
La red / Echarte de menos, de Hans Laguna en Deletrea.
No puedo elegir entre una y la otra porque para mí forman
parte de un todo indisoluble. “Antes de ti parece que no había nada, pero no es
así; antes me tenía a mí”, canta en La
red; “Tenerte aquí y echarte de menos. Mentirte así y ser tan sincero”,
prosigue en Echarte de menos. Si
escucho una, no puedo evitar ponerme la otra, y a lo largo del año las he
escuchado muchísimas veces. Deletrea es
uno de mis discos favoritos en mucho tiempo. Objetivamente, creo que sería
complicado defender que es mejor disco que muchos otros, pero en sus
imperfecciones también reside su encanto. Prefiero con mucho los discos
especiales, aquellos que tienen algo intangible que de alguna manera te habla,
que aquellos otros a los que no se les puede poner una pega, pero, sin embargo,
no te llegan.
i, de Kendrick Lamar (single).
El mejor rapero de la actualidad.
Bad Law, de Sondre Lerche, en Please.
De Sondre Lerche solo sabía por una exnovia a la que le
encantaba, pero a pesar de que lo intenté varias veces, nunca llegó a llamarme
la atención hasta este Bad Law, que
me gusta mucho a pesar de que el ruidismo percusivo del estribillo me enfada un
poco. El resto del disco tampoco me ha conseguido atrapar.
Otra era, de Javiera Mena, en Otra
era.
Más allá del abuso de las repeticiones (-ciones, -ciones,
-ciones) en las letras (-etras, -etras, -etras), el disco de Javiera Mena me ha
gustado mucho. Antes de este no le había prestado mucha atención, y me ha
enganchado mucho.
Valladolid, de Monserrat, en Monserrat.
El primer disco del grupo liderado por Javi Monserrat, el
guitarrista con bigotito de Rusos, tiene varias canciones fantásticas, pero
siento especial predilección por esta, compuesta por Pablo Magariños a partir
de un pregón de la Guerra encontrado en un antiguo disco de vinilo. Pero como esa canción no está en youtube y tampoco me aparece bien en Spotify, os pongo Canción de otoño, que es mi otra favorita.
Never Wanna See That
Look Again, de Chistopher Owens en a New Testament.
Casi todo el mundo está de acuerdo en que tanto este disco
como el anterior de Christopher Owens (los dos que tiene en solitario) fueron más
bien fallidos. Y ese es precisamente el motivo principal porque se trata de un
artista al que admiro tanto, porque en lugar de anclarse en una fórmula de la
que tendría muy fácil vivir por el resto de sus días, se arriesga una y otra
vez. Y gracias a ello nos volverá a dar
discos tan fabulosos como esta canción.
Bad Guy Now, de Erlend Oye, en Legao.
Este ha sido mi disco internacional favorito del año. Lo que
empezó como una metadona para aliviar el síndrome de abstinencia que Jens
Lekman me provoca (oh, you are so damm
slowly, Jens) ha acabado en un enamoramiento incondicional. Todo el disco
en general me vuelve loco, y mira que en él se insiste mucho en el reagge, género que tampoco me hace mucha
gracia, pero en esta canción está TODO lo que cualquiera puede querer decir a
aquella persona a la que amó y que terminó por decepcionarle, en el más
profundo de los sentidos. Mataría por haber escrito una canción tan bonita y
sencilla en la que, en tan solo cinco minutos, todos los personajes de una
infidelidad a dos bandas aparecen tan perfectamente dibujados.
Your Number In My Phone, de Ariel Pink, en pom pom.
Elegir una sola canción de pom pom es complicado, no solo por la cantidad de buenas canciones
que hay en él, sino también por lo distintas que son entre sí, lo que hace
imposible escoger a una que represente a todas las demás. Pero, a pesar de que Black Ballerina o Sexual Athletics puedan ser más complejas y originales, la
sencillez pop de Your Number In My Phone
me pierde.
Bailamos con el sol, de Polonio, en Gran baile de música moderna.
Polonio es un grupo que me encanta, y me da una rabia enorme
que no sean conocidos por tanta gente como merecen. Toni escribe unas canciones
preciosas y tiene una banda fantástica. Bailamos
con el sol es una de las canciones que de mejor humor me ha puesto a lo
largo de este año, un cántico optimista al amor en el que los errores y
desencuentros del pasado no se ocultan, pero tampoco impiden mirar al futuro
con esperanza.
Talking Backwards, de Real Estate en Atlas.
Me desconcierta mucho que se hable tan bien de Real Estate
cuando me parecen una de las bandas más anodinas que he escuchado en mi vida. Y
más aún me desconcierta que les comparen continuamente con The Go-Betweens, que
para mí eran todo lo contrario a la intrascendencia. A pesar de ello, hay que
reconocer que esta canción es de esas que justifican una carrera musical por sí
solas: un riff de guitarra perfecto,
un juego de voces precioso y un estribillo luminoso. No le pidas más a la vida.
Tribulaciones de un joven mesías, de Sagrado Corazón de Jesús, en Opera Omnia.
Este año ha sido muy technopop para mí (pronto podréis
comprobar el por qué y sus efectos). En ese sentido, el disco de Sagrado
Corazón de Jesús me ha gustado mucho, especialmente la arriba mencionada y La nueva carne.
Stay Awhile, de She&Him en Classics.
Pertenezco a ese sector de la población que sigue adorando a
Zooey Deschanel a pesar de que en los últimos años ha habido momentos en lo que
ha estado hasta en la sopa. Es más, pertenezco a ese sector de la población que
arrasaría una aldea libanesa si ella me lo pidiera como muestra de amor (creo
que me gusta la idea de tener un idilio con una mujer que me pida que arrase
aldeas libanesas). Y a M. Ward también le quiero mucho, aunque de una manera
mucho menos física (cada vez está más feo el pobre, además). Sin embargo, los
discos de She&Him, cuyo primero me
volvió loco y el segundo me gustó bastante, cada vez son más meh. A pesar de ello y de que esta
revisión de clásicos es bastante rollaco, Stay
Awhile es preciosa. Y si se escucha con el vídeo, aún más.
Mudas y escamas, de Sr. Chinarro en Perspectiva caballera.
De Chinarro y su complicada relación con sus fanes ya hablé
aquí: Los amantes despechados. A pesar de ello, estuve muy tentado de dedicarle una nueva entrada en el
blog a propósito de su nuevo disco y las reacciones que estaba despertando (si
no lo hice fue por medio a que Luque se pensase que tengo algún tipo de
fijación malsana con él y solicitase una orden de alejamiento que nos impida coincidir
en algún festival). El caso es que este disco (tras un par que fueron bastante
flojitos y otro par anterior con algunas canciones fantásticas y no tan flojos,
pero tampoco tan buenos como acostumbraba) fue interpretado por casi todo el
mundo como un regreso al Chinarro primigenio, cosa con la que solo estoy de
acuerdo a medias. Es un regreso en la forma (letras más crípticas, abandono del
ripio dominante en su etapa final, producción oscura…), pero no tanto en el
fondo, que es lo que hacía realmente únicas sus canciones. Pero, como ya dije,
no se puede echar en cara a nadie (y menos a alguien que en su día nos hizo felices)
que ya no sea quien solía ser, porque tampoco nosotros somos ya quien fuimos.
Dicho esto, aquí hay varias canciones muy buenas entre las que sobresale este “huele
a ti el edredón, a piel mudada y a escamas” (para mí este ha sido un año de
echar mucho de menos).
These days, de Take That en III.
Por raro que pueda sonar, Take That fue mi primer grupo favorito cuando era pequeño. Back for Good me sigue pareciendo una canción fantástica a día de hoy (además de tener un vídeo que elevó el subgénero de videoclips-en-blanco-y-negro-en-los-que-llueve a niveles insospechados de mojabraguismo generacional). Muchas canciones del grupo me siguen pareciendo realmente buenas, a pesar de los muchos vicios mainstream que tienen. Es el caso de esta These days, que de nuevo tiene un vídeo fantástico.
Pálida camarada / Cowboy/ Noches blancas / Hortensias, de Templeton
en Rosi.
Ya comenté aquí los motivos por los que Rosi me parecía un disco fantástico. Para mí ha sido el mejor disco
nacional del año (y no hablo solo de mi favorito, sino también del mejor).
Aunque lo disfruto de principio a fin (quitando El látigo, que no me hace mucho tilín),
con diferencia la parte que más me atrapa es la final, especialmente estas
cuatro canciones de las que me es imposible quedarme con ninguna.
I’m Calling, de Tennis en Ritual in Repeat.
El disco de Tennis me ha gustado muchismo. No sabría muy bien si quedarme con Never Work for Free o con I’m
Calling, pero como la última también tiene vídeo y sí que aparece en
Spotify y puedo añadirla a la lista de reproducción, la decisión se ha tomado
por mí.
Sangre pop, de Tremenda Trementina en Sangre pop.
De mis discos nacionales favoritos de todo el año.
Prácticamente cada canción podría ser un single, y cada una de un género
distinto.
Tu casa nueva, de El Último Vecino.
"Por ti seré agua pasada, por ti seré pintura rupestre". Frase perfecta para retratar el inevitable olvido al que el amor está casi siempre condenado. Es posible que los homenajes de El Último Vecino cada vez sean menos disimulados (en este caso, a The Drums), pero no seré yo quien lo critique, con lo mucho que me gusta a mío coger de aquí y de allá. También es posible que sus canciones se parezcan mucho entre sí, pero qué voy a decir yo, que hablo sobre lo mismo siempre. Fantástica canción. Red Eyes, de The War on Drugs en Lost in
the Dream.
Dentro de no mucho los chavales de veinte años se burlarán
de nosotros por escuchar The War on Drugs como nosotros nos burlamos en su día
de los viejos fans de Dire Straits. Grupo más pacón no existe en el mundo entero y si le quitas la producción a
las canciones y las dejas desnudas te puedes llevar un susto de campeonato.
Dicho esto, hay que reconocerles la fantástica labor que han hecho arreglando
algunas de estas canciones del montón de Dylan y Springsteen hasta hacerlas
parecer auténticos temarracos (la
naturaleza pacona de los mismos
obliga a referirse a ellos así). Red Eyes
me gusta especialmente y cuando la escucho en el metro me entran ganas de
ponerme a bailar como si estuviera en un videoclip.
Y aquí os dejo la lista de reproducción en Spotify. Alguna falta, pero están casi todas:
Si uno de los momentos más terribles por el que pasamos en
nuestro camino hacia la vida adulta es aquel en el que nos damos cuenta de que
el Bien, por sí mismo, no garantiza recompensa alguna, el descubrimiento de la
absoluta vulgaridad del Mal no resulta menos descorazonador.
Si pensáis en los dibujos animados de vuestra infancia,
recordaréis como la trama de casi todos ellos giraba en torno a la
contraposición de esos dos tótems absolutos: el Bien y el Mal. Los dos
resultaban esenciales para nuestra formación: el primero, porque nos enseñaba
qué es lo que debíamos hacer, el valor de la justicia, a ser honestos, a
defender a los débiles; y el segundo, cómo hacer las cosas con estilo.
Ética y estética como las dos caras de una misma enseñanza moral.
Nadie que no sufra una psicopatía severa no se identificará con Batman en el
plano ético en cualquiera de sus relatos; nadie dudará de que él es, en
definitiva, EL BUENO. Ahora bien, cualquier persona con un mínimo sentido del
gusto sabrá apreciar inmediatamente el inigualable valor estético del Joker.
Lo mismo sucede si pensamos en Spiderman y el Duende Verde,
los G.I. Joe’s y los Cobra, He-Man y Skeleton o, incluso, Oliver Atom y Mark
Lenders. Ninguna duda sobre la inmaculada virtud de los primeros, pero su
derrota en el plano estético es más que evidente.
Sin embargo, como decía antes, conforme vamos creciendo
descubrimos que, no solo no existen superhéroes intachables dispuestos a acudir
a nuestro rescate siempre que sea necesario, sino que, aun si nosotros mismos
decidimos optar por el camino de la virtud, la honradez y la justicia, este no
nos garantiza en absoluto ni el éxito ni la felicidad (es más, de hecho puede
convertirse en la vía más rápida hacia todo lo contrario). Este vacío moral que
dibujo ya sería suficientemente desasosegante por sí mismo, pero además hemos
de sumarle que, por el contrario, los supervillanos sí que existen en el mundo
real, con el agravante de tener el gusto estético más mediocre y vulgar que
podamos imaginar.
Esperanza Aguirre, Jiménez Losantos, Bárcenas, Rodrigo Rato,
Aznar, Rosa Díez, Artur Mas, Felipe González, Rouco Varela, Juan Rosell,
Florentino Pérez… Son todos tan malvados en su fondo como vulgares, grises y
anodinos en sus formas. Ni un solo destello, ni una mínima excentricidad que
les aporte una pizca de atractivo.
En la vestimenta, solo Rouco despunta un poco, gracias a la
afición católica por travestir a sus líderes. En lo capilar, incluso Rosa Díez
ha abandonado el gusto por los locuelos tonos whisky-progres por otros menos amenazadores para el votante
conservador (algún día escribiré su biografía: De la socialdemocracia a la democristiandad en tres tintes de pelo).
En el plano del vello facial, lo más arriesgado que hemos visto en nuestra
particular Liga del Mal fue cuando Rato se dejó perilla candado. Que no es
mucho, pero si lo hubiera hecho con el objetivo de visitar bares bears…
Rosa Díez caracterizada como Hiedra Venenosa en un casting para Batman.
Pero no, porque incluso en el
plano sexual son tan terriblemente mediocres que aun en posesión de una tarjeta
opaca cuyos cargos creían secretos gastaban los
dineros en casas de citas propias del más común comercial de carretera
(solo Pedro Jota despuntó un poco en ese sentido en sus tiempos).
Si dejamos de lado los aspectos más superficiales y nos
centramos en sus planes, que, al fin y al cabo, son los que definen la
verdadera esencia de cualquier supervillano, vemos que tampoco son
especialmente imaginativos en ese sentido. Básicamente solo quieren dinero y
más dinero. A ninguno se le ocurre robar el sol, matar a todos los varones
zurdos nacidos en marzo o una simple limpieza étnica. ¡Ni siquiera son capaces
de construirse una guarida como Dios manda! ¡Todo son áticos en Marbella o
similar, y ni una isla submarina secreta!
Tanto conformismo resulta descorazonador. Y no, no es un
problema nacional, sino que esta mediocridad se reproduce también a escala
mundial. La Reina de Inglaterra, Bush, Rupert Murdoch, Tony Blair, Angela
Merkel, Putin… (bueno, a este último hay que reconocerle que apunta maneras).
Bin Laden, que durante años fue el enemigo público número
uno, el terrorista más buscado del planeta, nunca se diferenció demasiado
estéticamente de mi primo el cabrero un día de caza.
Bin Laden en las montañas echándose un karaoke instantes antes de hacerse una sopa castellana.
Sin embargo, entre tanta mediocridad, hay una luz que
centellea, una pequeña esperanza, un refugio para la excentricidad: mi ojito
derecho, mi pequeña perla norcoreana, Kim Jong-un.
Cierto es que tuvo un fantástico maestro en la figura de su
padre Kim Jong-il, destacado miembro de la estirpe de bajitos-que-se-peinan-con-el-pelo-para-arriba-y-así-no-se-nota-no-qué-va.
Un hombre que aseguraba ser el mejor golfista del mundo al conseguir la mejor
partida de la Historia en el día en que jugaba por primera vez, que tenía un
ejército de esclavas sexuales menores de edad y que mandó que le construyeran
una piscina olímpica subterránea a prueba de misiles hecha de oro… a la que
luego añadió una lancha motorizada para evitar cansarse.
Kim Jong-il, también conocido como La Yaya del Terror.
Un hombre que afirmaba ser el inventor de la hamburguesa,
haber escrito 1.500 libros (chúpate esa, César Vidal) y las seis mejores óperas
de la Historia (efectivamente, una de ellas fue número uno del año 1998 para Rockdelux).
Un hombre que para paliar las terribles hambrunas sufridas
en su país mandó importar unos conejos gigantes desarrollados por un
investigador alemán… para acabar comiéndoselos él mismo.
Un hombre que afirmaba haber encontrado la vacuna contra la
baja estatura, como podéis comprobar al observar su vasta figura (entendemos
que los litros y litros de laca y los zapatos con plataformas de 10 cm eran la
fase Beta de una vacuna mucho más sofisticada aún en vía de desarrollo.
Un hombre que afirmaba no haber defecado nunca y que, entre
todos estos hobbies y virtudes, logró encontrar tiempo para aterrorizar,
diezmar y gobernar despóticamente un país (lo que tampoco se le puede echar en
cara teniendo en cuenta el grave caso de estreñimiento que padecía; algo así le
agria el carácter a cualquiera).
Un hombre con una curiosidad insaciable al que, por encima de todo, le gustaba mirar cosas.
Bien, pues con semejantes genes, por un lado, todos teníamos
muchas esperanzas puestas en su heredero Kim Jong-un, pero también era fácil
temer que no estuviera a la altura. ¿Podía alguien con semejante aspecto de
villano de cómic (de hecho es clavado a Buu, uno de los peores enemigos de Goku
en Bola de Dragón) no responder a nuestras expectativas?
Para despejar cualquier duda, su primera medida fue asesinar
a su tío y mentor encerrándole en una jaula con 120 perros hambrientos (perro
arriba, perro abajo). Un nuevo rey había llegado a la ciudad.
Desde entonces, el nuevo líder norcoreano combina estas
pequeñas matanzas y violaciones masivas de los derechos humanos con otras
pequeñas excentricidades que lo hacen aún más cercano y humano para sus súbditos,
como romperse ambos tobillos por su obstinación en llevar tacones cubanos a
pesar de su notable sobrepeso fruto de una alimentación basada fundamentalmente
en alcohol, marisco y queso suizo.
El quinto Beatle.
Habrá quien diga que presentar de forma humorística las
crueldades y crímenes de esta familia es una frivolización imperdonable que
banaliza el sufrimiento del pueblo norcoreano. Y no le faltará razón. ¿Pero qué
otra cosa podemos hacer nosotros además de ridiculizar a los malvados? Si por
el momento no podemos ni con nuestros mediocres villanos de andar por casa, ¿qué
vamos a hacer contra el monstruo final?