miércoles, 18 de noviembre de 2015

A favor de hablar en los conciertos.



Antes de ayer fui a ver el concierto de Richard Hawley en Madrid. Al término de la tercera canción, Standing at the Sky's Edge creo recordar, el músico inglés se dirigió al público para preguntarnos si había mucha gente rica en la sala. Asumía que ese debía ser el caso, porque de lo contrario no se explicaba por qué nadie iba a pagar una entrada para dedicarse a hablar cuando eso mismo lo podían hacer en casa sin costarles dinero alguno.

Lo cierto es que apenas había nadie hablando. Al menos no la suficiente gente como para que aquellos que estábamos en silencio entre el público nos sintiéramos molestos, con lo que se hace difícil pensar que ese mínimo murmullo (insisto, nada en comparación con lo que suele ser habitual entre el público madrileño) pudiera llegar a incomodar a quienes ocupaban el escenario. Pero esto no iba a ser impedimento para que Hawley soltara su chascarrillo gruñón, siendo como es ya un elemento más de su repertorio: es la tercera vez que voy a verle en directo y las tres he escuchado el mismo comentario-broma. Con semejante historial, no cuesta imaginarle repitiendo la misma cantinela aunque actuase para una asociación de sordomudos.

Yo no suelo hablar casi nada cuando voy a conciertos, salvo aquellas veces en que voy a ver a amigos y es más un acto social que otra cosa. Si no lo hago es precisamente porque, con independencia de lo mucho o poco que me haya costado la entrada, he acudido hasta allí para ver a la persona o al grupo que está actuando sobre el escenario. Mi capacidad de concentración es muy limitada, así que evito en la medida de lo posible tener conversaciones paralelas porque me lleva un buen rato volver a meterme en el concierto. Eso no me impide ver que existe gente cuya manera de disfrutar las cosas puede ser diferente a la mía y con el mismo derecho que yo a quedar satisfecho.

Esperar que un concierto que tiene lugar en una sala de fiestas en la que se sirve alcohol y con varias barras abiertas transcurra en medio de un silencio sepulcral está tan fuera de lugar como creer que esa mismo local es el salón de tu casa y que en él puedes hablar a gritos con tus amigos y carcajearte. Pero para todo existe un término medio, y las charlas entre canción y canción, e incluso durante las mismas, tengan o no que ver con lo que sucede sobre el escenario, forman parte indisociable de la experiencia de la música popular en directo.

Ir a un concierto de música rock (pop, rap, blues, trap...) es un acto social y, por lo general, festivo. Es un acto de ocio cultural. "Cultural", sí; pero "ocio" también. Hay una contradicción terrible en preguntarle al público "¿qué os parece mi rock'n'roll?" después de haberles pedido solemnidad; una triste desmemoria sobre el origen de lo que hacemos y para quién lo hacemos, que resulta sorprendente viniendo de alguien como él.

Del mismo modo que no me gustaría que el cocinero de un restaurante me pidiera explicaciones de por qué no me he terminado uno de sus platos o que un director de teatro me echase en cara haber dado un cabezazo en el segundo acto de su obra; para mí, como espectador, encontrarme con el músico al que he ido a ver riñendo a parte de la audiencia (sin tener razón, además) me resulta mucho más molesto que la gente que pueda estar charlando a mi lado. En primer lugar, porque demuestra un desconocimiento absoluto de la jerarquía de la situación: es él el que está al servicio del público, quien tiene la obligación de agradarlos, y no al revés.

En segundo lugar, por falta de humildad: si la gente se pone a hablar en un determinado momento de tu actuación, lo primero que debes plantearte es que igual estás haciendo algo mal. ¿A que nadie dijo ni pío durante Coles Corner, Tonight the Streets Are Ours o Open Up Your Door? ¿No puede ser que durante los siete minutazos de guitarreo onanista de Standing at the Sky's Edge aburrieses a parte de la sala, Richard Hawley? Incluso aunque estés haciendo todo a la perfección, si con esa canción parte del público desconecta, lo mejor que puedes hacer es recuperarlos con la siguiente, no echarles la bronca.

Y en tercer lugar, y más importante, no existe peor falta de educación que afear la conducta de alguien en público (especialmente, cuando se trata de un desconocido). A diario me cruzo en el metro con algún chaval que pone música para todo el vagón; no me gusta, pero me aguanto porque yo no soy nadie para llamarle maleducado. Si voy al médico siempre hay alguna señora hablando a todo trapo por el móvil en la sala de espera; me jode, pero me callo porque está fuera de lugar decirle que cuelgue y llame al salir. Viajo en tren y hay un niño que no para de berrear; me molesta, pero me pongo los cascos y subo la música porque yo no soy quién para decirle a la madre que amordace a la criatura. Y esto es así porque LA GENTE QUE CHISTA A LOS DEMÁS DA PUTO ASCO.

jueves, 8 de octubre de 2015

Las economías mourinhistas.


Apenas hemos entrado en octubre y en todos los espacios deportivos se habla ya de la inminente hostia que se va a pegar el Chelsea en esta tercera temporada del segundo advenimiento de Jose Mourinho. Finalmente se hace evidente algo que, por otro lado, se podía deducir fácilmente sin necesidad de ser un genio o un experto futbolístico: que los métodos del preparador portugués, a la larga, son muy poco productivos.

Esto no impide, sin embargo, que para muchos su imagen siga identificándose con el éxito más absoluto, lo que nos revela una terrible verdad esencial del tiempo en que vivimos: el triunfador como aquella persona que consigue sus logros a costa de exprimir el trabajo ajeno por encima de lo recomendable y de hipotecar el futuro; aquel que, en definitiva, no construye, sino que explota.

No parece descabellado afirmar que el buen o mal trabajo de un gestor se ha de evaluar no solo por las cotas alcanzadas durante el tiempo en que este esté al mando, sino también por las posibilidades de éxito que de él hereden sus sucesores y por el crecimiento que potencie en el personal que esté a su cargo. El bagaje de Jose Mourinho en este sentido es desolador. Allí donde ha pasado ha dejado poco más que tierra quemada. E, insisto, a pesar de ello hay quien le sigue identificando como el mejor entrenador del mundo, lo que quizás no resulte tan extraño si atendemos a la ideología hegemónica actual.

Vivimos en un mundo que privilegia los objetivos a corto plazo sin importar sus consecuencias o lo insignificantes que puedan parecer en comparación con otras opciones de rentabilidad más tardía. A ninguno nos resulta ajena la figura de un responsable que se sirve de resultados inmediatos como trampolín hacia mejores posiciones. Puesto que los criterios con los que se le evalúan no son otros que el aquí y ahora, no es de extrañar que todas sus decisiones privilegien el hoy por encima de cualquier otra consideración. Él recogerá los frutos de las cosechas exhaustivas dejándole a sus sucesores el marrón de lidiar con las consecuencias.

Lo triste es que este modus operandi no es exclusivo de la empresa privada, donde no pasa un mes sin que se descubra algún pufo de consecuencias catastróficas para la economía mundial por parte de alguna gran compañía, sino que también se ha extendido a la esfera pública. Miles de madrileños siguen convencidos de que Gallardón es el mejor alcalde que han tenido nunca, a pesar de haber endeudado a la ciudad muy por encima de sus posibilidades y de haberla arruinado para varias generaciones. "Mira qué infraestructuras", siguen defendiendo muchos, lo que viene a ser poco más o menos que decir: "Mi padre es el mejor porque me ha comprado una mansión. Ahora solo tengo que preocuparme de pagarla con el 90% de mi sueldo de aquí a que me muera sin que me quede liquidez para nada más".

No han pasado ni diez años del desinfle de la burbuja inmobiliaria y las voces que abogaban por una reestructuración del sistema productivo hacia modelos de crecimiento más sostenibles, seguros y rentables a largo plazo han vuelto a quedar sepultadas bajo medios generalistas que celebran la subida del suelo como signo de recuperación económica, el regreso al pan para hoy y hambre para mañana al que nos aboca el ladrillo. Se aplaude también la creación de empleos para los que habría que inventar un adjetivo que fuera más allá de precario, por lo gastado que ha quedado este adjetivo empleado en puestos que, paradójicamente, hoy parecen inasequibles por lo mucho que se ha deteriorado la oferta.

Allá por donde pasa, Jose Mourinho deja a los jugadores las facturas de su fiesta, a los clubes la tarea de reconstruir unas estructuras desbastadas, a su sucesor el cometido de sanear un ambiente viciado. Al despedirse exhibe una lección dialéctica que los líderes de nuestra economía ya tienen bien aprendida: la primera persona del singular, el "yo", aparece cuando gano; la primera del plural, solo cuando pierdo, momento en el que, sí, perdemos todos.

martes, 1 de septiembre de 2015

El último día de las vacaciones.


Cuando era pequeño tenía, como muchos de vosotros, una asignatura de nombre ridículo que a día de hoy aún provoca que los que estudiaron en planes educativos anteriores a los nuestros se pitorreen: Conocimiento del Medio. En esa amalgama capaz de incluir en un mismo libro el aparato reproductor femenino y los ríos de Aragón, estudiábamos también Historia. Y en ella, las distintas revoluciones industriales y las subsiguientes conquistas de las clase obrera.

En estas estábamos cuando me encontré por primera vez con el concepto de "vacaciones pagadas". En un principio me lo tomé de manera literal, por difícil que me resultase imaginar al patrón de una fabrica cerrando paquetes vacacionales en la Costa Azul para toda la plantilla. Después nos lo explicaron y, aunque no era algo tan idílico como lo que había visualizado en un primer momento, en absoluto era un logro baladí, a pesar de que se tratase de una de esas conquistas que, por su pura lógica (que el trabajador tenga derecho a un descanso remunerado que se prolongue más allá del estipulado entre jornada y jornada), una mente infantil no pueda explicarse cómo se tardó siglos en conseguir.

No muchos años después de esa clase de Conocimiento del Medio empecé a trabajar por primera vez, a los dieciséis, y casi sin dejar de hacerlo desde entonces tuve que esperar hasta haber cumplido casi los treinta para poder disfrutar de vacaciones pagadas por primera vez. Después de años de trabajos sin contrato, por obra y servicio sin derecho a vacaciones, como autónomo... la posibilidad de pasar dos semanas sin ir al tajo y seguir cobrando me parecía casi irreal. Me recuerdo bromeando con mis compañeros, diciéndoles "bueno, yo los primeros días me vengo igualmente y me quedo a un ladito por si acaso".

Por mucho que lo dijese de broma, esa normalización a la hora de desposeernos de derechos que habíamos tardado años en conseguir es uno de los grandes triunfos del neoliberalismo. La cantinela del "años por encima de vuestras posibilidades" llevada a la práctica; ese por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa que fue el "albañiles viviendo mejor que médicos" que todos debíamos entonar como acto de contrición por el pecado de haber querido disfrutar de los privilegios del señorito (y ante al que de nada servía objetar que habría que ver qué médico y qué albañil, el trabajo del uno y el del otro).

En definitiva, la existencia de tarugos que opinan que la asistenta, el frutero y el mecánico no debieran tener derecho a según que cosas, por más que nos sorprenda, no es algo tan fuera de lo común (echad un vistazo a los retuits de Masa Enfurecida o a las tertulias del TDT Party), y todos pudimos comprobarlo con la ridícula polémica de las vacaciones de Carmena, que no parece que tuviera un descanso a todo a trapo precisamente.

Es más desconcertante que ese tipo de mentalidad acabe llegando a los propios trabajadores, que a mi regreso a Madrid después de una semana fuera, cuando mi padre me pregunta cuándo me reincorporo a trabajar y le respondo que aún me quedan siete días, él me replica "joder, macho, cómo vives". Porque yo a veces también me sorprendo pensando que me estoy dando un lujo que no me debiera permitir, incubando cierto sentimiento de culpa por pequeños caprichos que me apetecen, que me he ganado con mi esfuerzo y que puedo costear y que, sin embargo, el clima de incertidumbre y precariedad reinante me llevan a darles a una importancia sobredimensionada.

domingo, 26 de julio de 2015

Mari y las Superamigas.


Conocí a Mari en 2012 un día que vino a vernos tocar a Rusos en el Costello. Llevaba el pelo largo y asalvajado, que era como lo solía llevar en aquella época, como si se hubiera caracterizado para interpretar a Janis Joplin en una obra musical sobre Woodstock y hubiese acabado a tortas con sus compañeros de reparto.

También llevaba una camiseta muy chula de Steve Urkel y unos vaqueros que le hacían un culo fantástico y que desde entonces conocimos como “pantalones del buen ojete”. Mi amigo Dani y yo nos fijamos en este último aspecto al terminar el concierto, hasta que Mari y sus amigos se acercaron e Iván nos la presentó. Habían estudiado juntos hacía años en la Facultad de Bellas Artes de Altea, donde a Mari se la conocía como Carrie por su apellido, Carrilero.

Aparentemente, nada de esto era nuevo para mí; era la tercera vez que nos presentaban, pero yo no lo recordaba en absoluto. Mari insiste en que en las dos ocasiones anteriores no había conseguido retenerla en mi memoria porque entonces ella estaba bastante más gorda. Y es muy posible que así fuera. De vez en cuando, me alegra disponer de este tipo de anécdotas que rechacen cualquier atisbo de profundidad en mí y corroboren mi condición de hombre superficial: puedes ser la persona más maravillosa del mundo, pero si quieres perdurar en mis recuerdos vas a necesitar un buen culo.

Más tarde esa noche, nos fuimos a una fiesta en una casa invitados por los Templeton, y Mari, con su habitual jovialidad, rápidamente se convirtió en el centro de atención de nuestro pequeño grupito. Muchos de los chicos de la fiesta se le acercaban echando currículums, y eso que tenía una calentura en el labio que también llamaba la atención y que hace que aún hoy de vez en cuando cantemos “el día que te conocí / tenías un herpes muy goooordo”, con el ritmo y la melodía de Los días, de los propios Templeton.

Salimos de esa casa encaminados hacia el piso de Mari, donde sus compañeros estaban dando otra fiesta en la que supuestamente había un montón de chicas. Iván, que ya les conocía, tenía que darnos la dirección, pero no volvió a coger el teléfono en toda la noche. Todo buen depredador sabe lo crucial que resulta eliminar a la competencia. Respect. El resto nos fuimos al Nasti.



Dio la casualidad de que la semana siguiente me volví a encontrar un par de veces con Mari, ya sin calentura, con otros pantalones y con el pelo aún asalvajado. Como siempre que nos veíamos nos reíamos mucho, el día de la segunda coincidencia decidimos dejar aparcados nuestros planes para la tarde y nos fuimos a merendar juntos. Después de mucho discutir sobre si dulce o salado, fuimos a la antigua cafetería que había en la Corredera Alta de San Pablo haciendo esquina con la calle Don Felipe. Este sitio tenía siempre un aire muy oscuro, un tanto deprimente y nada de lo que hacían estaba especialmente bueno. Aún así, me da pena que lo hayan cerrado para abrir un The Good Burger, que es una cadena que me da muy mala espina.

Merendamos una palmereta de chocolate a medias y sendos cafés con leche. Después dimos un paseo por Corredera en el que nos encontramos con uno de mis archienemigos (creo que soy demasiado joven para tener más de un archienemigo) que resultó ser un antiguo compañero de piso de Mari que perdió la cabeza después de enamorarse de ella. Al final va a ser verdad que en el mundo estamos cuatro y los demás son extras.

Nos contamos un montón de tonterías y nos reímos muchísimo. Mari saca a la luz un lado muy payaso de mí que, por mi timidez, suelo reservar para mi círculo más privado. Pero desde que la conozco, esa faceta mía está mucho más presente y a flor de piel. No se me ocurre nada mejor que un amigo pueda ofrecerte que potenciar tu naturaleza, que ayudarte a ser una versión mejor de ti mismo. Desde esa tarde somos íntimos.


A lo largo del año siguiente, Mari también se hizo muy amiga de Elisa, la batería de los Rusos. De entrada, se me ocurren pocas personas que puedan tener formas de ser más opuestas. Elisa, como yo, es todo cinismo y su visión de la vida no es precisamente optimista; y Mari, que en ocasiones parece una mezcla perfecta entre un bebé y una señora mayor, que es mucho más inocente y confía en la bondad del ser humano, no es precisamente así. Sin embargo, pronto se hicieron bastante amigas, lo que hizo a su vez que Eli y yo nos acercásemos aún más.

Evidentemente, Elisa y yo, siendo compañeros de grupo, ya nos teníamos bastante cariño. Nadie está cinco años en un grupo que no tiene éxito llevándose mal con sus demás compañeros. Pero los grupos también acarrean una serie de obligaciones y necesidades que derivan en unas dinámicas bastante particulares y difíciles de entender cuando no se han vivido desde dentro. Se convierten en una especie de familia con sus típicos roles en la que ocasionalmente te encuentras gritándote con los demás miembros para ver qué hacer con la casa del pueblo o cuál es la hora adecuada para comer los domingos.

En ese sentido, creo que Elisa es lo más cercano que estaré nunca de tener una hermana pequeña. No solo por el grupo en sí y sus dinámicas, sino por lo mucho que me recuerda a mí mismo en muchos aspectos. Tanto ella como yo tiramos mucho de coraza a la hora de relacionarnos con el mundo y, de algún modo, tengo la sensación de que desde que conocemos a Mari los aspectos más positivos de nuestra relación se han potenciado. Esa es una de las cosas que más le admiro: su facilidad natural para que la gente se abra y se una en torno a ella.


Desde la primavera pasada hemos gastado muchas horas hablando de tonterías en nuestro grupo de chat, que primero se llamó Superamigas, más tarde ¿Qué coño significa Outfit?, tiempo después La Mari ya sabe lo que significa Outfit y en la actualidad Yo el otro día vi la última peli de los Teleñecos y me gusto muchismo. Cuando Mari nos contó que se iba a ir de Madrid para volver a Altea y centrarse en acabar la tesis doctoral, después de mucho discutir sobre si habíamos reaccionado adecuadamente a la noticia de su marcha o no (nuestra amiga tiene una querencia espectacular por el drama), las Superamigas le hicimos la siguiente camiseta como regalo de cumpleaños adelantado:


Un año después, como aún no sabemos cuándo tendremos un fin de semana libre para poder ir a Altea y darle en mano el regalo de su treinta aniversario, le escribo esto para decirle lo mucho que la quiero, cómo la echo en falta y las ganas que tengo de que regrese a la capital.

martes, 14 de julio de 2015

Dulce pájaro de juventud.


Hace años aprendí, viendo a Paul Newman apaleado en la adaptación cinematográfica que Richard Brooks hizo del libreto de Tennessee Williams, que la mejor manera de ganar algunas peleas es la derrota. El indudable atractivo del perdedor que ha combatido con valentía y a pecho descubierto resulta en ocasiones irresistible, especialmente cuando aquellos contra los que se ha luchado son una panda de matones desalmados que tienen por toda estrategia una sucesión cobarde de golpes bajos y puñaladas traperas. Existe, sin embargo, una condición sine qua non para que la fórmula “derrota honrosa = victoria moral y estética” se cumpla, que no es otra que no rendirse y llegar a pelear de verdad.

Iker Casillas anunció este fin de semana su marcha del Real Madrid después de tres años de tensión pública con parte de la grada y de guerra privada con el palco. Entre los varios reproches que los periodistas de la central lechera y parte de la afición le hacen, no encuentro aquello que de verdad se le puede afear al portero blanco: su sometimiento público incondicional, la falta de pundonor que ha mostrado a la hora de defender su figura, el no haber plantado cara a Florentino Pérez.

Pocos lo recuerdan hoy, pero en la primera temporada de Mourinho en el Madrid, Casillas llegó a abrazar las tesis y tácticas del entrenador portugués en los enfrentamientos contra el Barça. Por aquella época, el portero se sumaba a las tanganas no solo con intención de separar y hacía declaraciones tras los partidos en las que siempre culpaba a los árbitros de las derrotas y acusaba de teatreros a sus compañeros blaugranas de selección (siendo estas las únicas veces en las que Casillas se ha puesto delante de una cámara para hacer algo distinto a decir obviedades o besar a la reportera).

Fue la temporada de los cuatro clásicos seguidos tras la que vino un nuevo cruce en la Supercopa en el que el dedo de Mou enseñó al madridismo el nuevo camino a seguir. Ha de resultar difícil no tener la revelación de que has estado siguiendo al mesías equivocado cuando le ves atacando por la espalda a un rival para correr acobardado después. Iker reflexionó, llamó a Xavi para reconstruir la relación, abandonó la senda del luso y desde entonces es un traidor para la versión oficial del madridismo.

Algo me dice que él es consciente de hasta qué punto se devaluó su figura durante esos meses de sometimiento ciego al mourinhismo, y que quizá por ello ha aceptado tan dócilmente los ataques que se han vertido sobre él, como si fuese la penitencia que debe asumir por haber tenido, aunque se brevemente, un comportamiento que sabe indigno. Sin embargo, lo cierto es que, más allá de reelaboraciones literarias a posteriori, a Iker le han perdido dos cosas: su personalidad y un fallo de cálculo.

Respecto a la primera, ya sabemos que los matones como Florentino y sus lacayos, desde su naturaleza cobarde y rastrera, se amedrentan con aquellos que les hacen frente al tiempo que se crecen con los que se dejan pisotear. Existen personas capaces de consentir lo que sea con tal de evitar un enfrentamiento y existen personas a las que los enfrentamientos directamente les ponen. Iker parece ser de los primeros. En ese sentido, su pusilanimidad contrasta con la actitud del otro capitán, Ramos, repleto de orgullo y dispuesto a no ceder lo más mínimo en su pulso con el presidente.

El fallo de cálculo fue pensar que la afición del Madrid sabría agradecer la lealtad del portero a la hora de defender los intereses y la imagen del club. No se puede tener contento a todo el mundo, y pretender agradar a la panda de descerebrados que ya se habían vuelto en su contra es de una ingenuidad tan tierna como descorazonadora. Mientras tanto, aquellos que sí le apoyaban empezaron a pensar que, igual, más que bueno, Casillas se había vuelto tonto.

Con la marcha de Casillas, toda una generación, aquellos para los que el recuerdo de otro portero en el área del Madrid o de la selección es poco más que una vaga reminiscencia infantil, envejecemos quince años de golpe. Empezará ahora un baile de guardametas, al más mayor de los cuales le sacaremos un mínimo de diez años. Serán peores o mejores, pervivirán más o menos, aunque, sinceramente, creo que será difícil que sean tan buenos e imposible que duren tantos años. Eso sí, ya no será alguien que ha crecido con nosotros, ya no tendremos la sensación de que  bien podría ser nuestro compañero de pupitre al que han situado bajo los palos. Desaparece para muchos de nosotros, en definitiva, uno de los últimos vínculos que seguían conectando al fútbol con la niñez.

Su partida es también una victoria de la mediocridad. Aquellos que querían aparentar ecuanimidad en sus críticas insisten en que Iker no entrenaba bien, se esforzaba poco y que todo lo que consiguió fue gracias a un don natural, comentario propio de quien considera el talento una cualidad bajo sospecha en contraste con el meritoriaje y la fiabilidad del esfuerzo ciego. Pretenden así convertir las paradas de Casillas en una especie de leyenda, de ilusión colectiva, de constructo cuasi religioso que nos inventamos entre todos pero que no fue real. Por suerte, algunos de nosotros aún podemos decir que no estamos locos, que lo recordamos bien, que cuando el gol era insalvable, cuando parecía imposible hacer nada… la pelota no entraba.

Solo un mediocre, un triste o un envidioso puede preferir vivir en un pueblo sin Paul Newman hasta el punto de destrozar su rostro para no tener que presenciar tanta belleza cada día. Solo un mediocre, un triste o un envidioso puede preferir que Iker no juegue en su liga, que no defienda los colores de su equipo.

domingo, 21 de junio de 2015

Gente que no odia.

Casi un mes después de que el sistema bipartidista haya recibido un buen meneo en las elecciones (sobre todo a nivel municipal en las grandes capitales), parece que la derecha, política y mediática, se ha aprendido un nuevo estribillo: estamos cargados de odio.

No es que un gran porcentaje de votantes hayamos decidido dar nuestro apoyo de manera libre y legítima a partidos ajenos a las fuerzas tradicionales, no; sino que hemos condensado nuestra ira y rabia en las urnas provocando el ascenso de una serie de agrupaciones cuasi criminales. Somos, en definitiva, responsables de haber llevado a los haters a las instituciones.

Y lo cierto es que de he reconocer que, por una vez, tienen razón. Al menos en mi caso, no mienten: los odio con todas mis ganas. Es por eso que, con voluntad de enmienda, he decidido fijarme en su ejemplo para aprender cómo se puede uno enfrentar a la política dejando el odio para después de comer.

El Partido Popular y sus miembros no odiando:

Esperanza Aguirre no odiando los resultados de unas elecciones libres:


Pablo Casado, nuevo vicesecretario de comunicación del PP, no odiando la Memoria Histórica:


El Partido Popular de Masnou no odiando la libre determinación de los pueblos:



Xavier Albiol, exalcalde del PP de Badalona, no odiando el uso electoralista de la xenofobia:



Marta Casado, candidata del PP, no odiando los matrimonios interraciales:


Esperanza Aguirre, one more time, no odiando la sanidad pública:


Esperanza Aguirre no odiando la enseñanza pública:


José María Aznar no odiando a los partidos independentistas vascos:


Ana Botella no odiando la falta de preparación para desempeñar un cargo público (aunque odiando un poquito la fecha límite para matricularse en la Escuela de Idiomas):



Andrea Fabra no odiando el paro de larga duración:


Rafael Hernando, portavoz del PP, no odiando a los símbolos republicanos (ni atribuyendo los muertos de la Guerra al bando republicano):


Rafael Hernando no odiando a la Memoria Histórica:


Rafael Hernando no odiando a Rubalcaba (efectivamente, le ofreció hostias en el Congreso y tuvieron que sujetarle):


Esperanza Aguirre, here she goes again, no odiando a las fuerzas de seguridad del Estado:


Cristóbal Montoro no odiando al cine español ni a los medios no afines al Gobierno:


El ministro Wert no odiando a la enseñanza catalana:


José María Aznar no odiando a la civilización en general (aunque sí a James Cameron por no darle el papel de Terminator):


La derecha mediática no odiando:

Periódicos no odiando el derecho a huelga:


Telemadrid no odiando la manipulación partidista de medios públicos:


ABC no odiando la instrumentalización del conflicto vasco:


Presentador facha no odiando la homofobia:


El Mundo no odiando la utilización de las víctimas:



ABC no odiando la presunción de inocencia:


Votantes de derecha no odiando:

Entrañables ancianitos no odiando las alternativas políticas:



Simpáticos centristas no odiando pedir taxis con la mano levantada:


Policías no odiando el derecho a manifestación:


Manifestantes no odiando los derechos de las mujeres (a estos los policías los no odia menos):


Gente de bien no odiando los derechos de los homosexuales:

lunes, 15 de junio de 2015

Los autosabotajes de la izquierda: Esa broma de mal gusto que nunca termina.

Foto de Miguel Muñoz en cuartopoder.

1. Hemos vuelto a conseguirlo: la izquierda hemos vuelto a batir nuestro propio récord a la hora de autosabotearnos. Menos de veinticuatro horas nos ha durado esta vez la ilusión. Volvemos a mostrarnos como ese anciano enfermito al que cualquier mala brisa pone al borde de la UVI. Como ese boxeador tan lleno de ilusión como falto de empaque que se tambalea ante el primer derechazo que recibe al subir al ring.

En menos de un día ya estamos divididos ante cuál debe ser la respuesta adecuada ante los antiquísimos y descontextualizados tuits de Guillermo Zapata que alguien ha recuperado de manera vil e interesada: unos piden su inmediata destitución como muestra de responsabilidad y ejemplo por parte de nuestra nueva alcaldesa; otros proclaman el terrible desengaño que esto supondría y empiezan a renegar de Manuela.

2. “¿Por qué nos sucede esto?”, nos preguntamos muchos. “¿Por qué se genera este jaleo desmedido por cuatro chistes, más o menos afortunados, pero chistes al fin y al cabo, cuando desde la derecha se pueden permitir poco más o menos lo que quieran sin que ello provoque división en sus filas? ¿Por qué a ellos les resulta el juego sucio y a nosotros no?”

Pues bien, en esa paradoja reside nuestra fortaleza. Nunca hemos de olvidar que nosotros no somos como ellos: nosotros nos planteamos las cosas, debatimos, tenemos espíritu crítico, ellos no; a nosotros sí que nos importa hacer daño a las víctimas, al débil, a ellos no les importa utilizarlos (como han vuelto a hacer hoy); nosotros sí que nos hacemos responsables de nuestros actos, queremos salir a la calle con la cabeza bien alta orgullosos de nuestras ideas y nuestra labor, ello ni tienen vergüenza ni ganas de conocerla.

Puede parecer que ese listón más alto que nos autoimponemos sea un hándicap, que nos haga disponer de menos armas, ser más débiles. Pero no es así. A la larga, será nuestra fortaleza.

3. Eso no quita para que no dejemos de señalar el sinsentido de que se monte semejante desaguisado por cuatro tuits fueras de contexto en un país en el que el Presidente del Gobierno manda mensajes de apoyo a un criminal convicto, dichos mensajes se filtran y aquí no ha pasado nada. No hay que olvidar tampoco que este presidente pertenece a un partido que se niega una y otra vez a condenar el Franquismo y a ejecutar muchas de las medidas de la Ley de Memoria Histórica. Que alguien que se muestra tan tolerante con un régimen tan hostil con los judíos y que en su momento colaboró con la Alemania nazi se permita el lujo de llamar antisemita a alguien es delirante.

Tampoco hay que olvidar las muchas actitudes xenófobas, homófobas o anticatalanas que muchas agrupaciones del PP han mantenido a lo largo de todo el país sin que pasara nada, que la hasta hace poco alcaldesa de Madrid despreciaba a los gays con juegos de palabras de “peras y manzanas” o que muchos de los mandamases del partido afirmaban, poco menos, que las mujeres abortaban por gusto y vicio. También que el 11-M fue perpetrado por el PSOE y que todos los que ellos quieran somos ETA.

Habremos de entender, supongo, que las peticiones de responsabilidades se limitan a aquellos comentarios que se hacen en broma y que como todo esto ellos lo dicen en serio, no aplica.

4. La cobertura que los medios generalistas han hecho del caso Zapata ha sido vergonzosa y pone de manifiesto que la ofensiva contra la unidad popular será total. Si hasta hace poco algunos de esos medios se mostraban afines a la falsa izquierda representada por el PSOE para mantener ante la ciudadanía la ilusión de democracia real y pluralidad informativa, todos se han quitado ya las caretas y la defensa que hacen del poder establecido y sus propios intereses es ya tan chusca como indisimulada.


Mención especial  a este respecto merece El País, que si ya llevaba varios años con una línea editorial vergonzosa, con la portada de hoy, en la que dan un protagonismo criminal a esta patochada de escándalo, se hace indistinguible de La Razón o el ABC.

Ni que decir tiene que ninguno de estos medios ha dado la relevancia necesaria ni al contexto en que estos mensajes fueron escritos (la polémica sobre los límites del humor a partir de la polémica Vigalondo) ni al momento (hace ya casi cuatro años). Como resultado, he podido hablar con varios amigos y conocidos que poco menos que creen que los chistes fueron publicados ayer como celebración de la investidura. Puesto que ninguno de estos amigos y conocidos es ningún tarugo que viva al margen de la realidad, habremos de plantearnos que el frente informativo del establishment hace caer sobre nuestros hombros la necesidad y la obligación de buscar información independiente si queremos conservar nuestra condición de ciudadanos críticos.

5. Antes hablaba de una ofensiva contra la unidad popular, no contra Podemos, como sostienen muchos analistas. Para mí está claro que Manuela provoca mucho más temor en los poderes fácticos que el partido de Pablo Iglesias, que es un blanco bastante más fácil con el que atemorizar a la población. La cantinela bolivariana, radical, antisistema… resulta más creíble aplicada a los jóvenes de Podemos que a una jueza de 71 años con un historial intachable.

Parece que la derecha sí se ha dado cuenta de que las fuerzas de unidad popular han resultado mucho más exitosas y temibles (para ellos) que la dispersión del voto en infinidad de partidos de izquierda que insisten en conservar su marca (ahora solo falta que nosotros nos demos cuenta también).

Los próximos meses, por tanto, están claros: van a ir con todo a por Manuela, Ada, las Mareas… Y habremos de defenderlas con uñas y dientes.

6. La intervención de ayer de Manuela Carmena en El Objetivo, con la polémica no caliente, sino ardiendo, me pareció intachable. Se mostró, en primer lugar, como alcaldesa de todos, y no solo de quienes la hemos votado. Tuvo en cuenta los sentimientos, creencias y opiniones de todos los madrileños, con independencia de sus colores políticos, y eso es algo que hace muchos años que no teníamos en Madrid. Se mostró tan comprensiva y protectora con Zapata y Pablo Soto como crítica con la situación y abierta a sensibilidades distintas que se hubieran podido ver heridas. No ocultó, tampoco, su conciencia y preocupación ante que nos encontrásemos con una maniobra interesada y partidista con la que se pretende torpedear el nuevo ayuntamiento. Añadió que antes decidir qué hacer tenía que reflexionar sobre ello. Ana Botella, por su parte, creía que reflexionar era flexionar dos veces.


Puede que algunos esperasen que Carmena ofreciese la cabeza de Zapata en directo, y otros que empezara contar chistes de Ortiga Lara (la única planta que florece bajo tierra) como muestra de solidaridad. Su posición era muy complicada: si destituía a Zapata, nadie se lo iba a agradecer, puesto que sus contrincantes seguirían atacando y podría perder a muchos de sus apoyos; si no lo hacía, se encontraría en una situación de debilidad institucional difícilmente sostenible y su labortendría sus primeras manchas antes siquiera de haberla empezado.

7. Manuela también dijo una tontería bastante importante en El Objetivo: que el humor negro no puede ser cruel. Pues no. Entonces no sería humor negro, sería otra cosa.
Desde sensibilidades próximas a Ahora Madrid, enseguida hubo quien empezó a renegar de la alcaldesa por la estúpida declaración sin reparar en que la brecha generacional que la separa de Zapata y muchos de nosotros hace más que entendible que dichas bromas le puedan parecer de mal gusto. A mí me divierte mucho hacer chistes sobre pedofilia, pero nunca se los haría a mi madre o a una señora de setenta años. Tampoco juzgaría con la misma severidad a alguien que haga un chiste sobre mariquitas que tenga cincuenta años que si es alguien de mi generación.

Bill Cosby: el límite del humor negro según Manuela.

Con esto no quiero decir que personas de distintas edades no podamos compartir los mismos gustos humorísticos, pero… joder. Creo que todos entendemos que el código generacional es clave a la hora de percibir el humor.

8. Creo firmemente que el humor no ha de tener límites. Es más, creo que la función del humor ha de ser la de cuestionar esos límites, rebasarlos, ser incómodo, ofensivo, cruel. Ahora bien, a Zapata no se le evalúa como humorista sino como concejal. Creo que lo de los límites del humor aquí no aplica.

Pero tampoco podemos ser tan hipócritas como muchos han sido estos días en redes sociales (gente que nunca habrá contado un chiste sobre las Torres Gemelas, las niñas de Alcasser, Miguel Ángel Blanco…). ¿De verdad nos parecería bien que un concejal del PP siguiera en su cargo después de publicar un chiste sobre negros, aun sabiendo que es una broma y no es alguien racista? ¿O sí debemos dar por hecho que alguien del PP es racista pero no que Zapata sea antisemita?

9. Ayer, mientras seguía la polémica, me planteaba si lo mejor no sería que Zapata dimitiese directamente como concejal para no dañar al proyecto. Hoy ha dimitido de sus responsabilidades en Cultura, pero no de su cargo como concejal.

Hasta el sábado por la mañana no conocía de nada a Zapata ni ninguna de sus labores, pero la dignidad y honor con la que ha llevado todo el asunto me parecen admirables. Desde el primer momento ha dado la cara, ha evitado la fácil (y no falta de razón) defensa del y-tú-más, se ha ofrecido a echarse a un lado para no perjudicar al proyecto colectivo, se ha mostrado crítico con sus actos y sincero en las disculpas con aquellos a los que pueda haber herido de verdad. Igualito que la manera en que suelen afrontar las crisis aquellos que tanto le han criticado.

Me alegra que alguien así permanezca en el Ayuntamiento, porque seguro que nos podrá hacer mucho bien a todos.

10. Vuelvo, por último, a aquellos que ayer ya anunciaban que si Carmena prescindía de Guillermo Zapata habría sido la política que menos tarda en decepcionarles. Espero que hayan cambiado de opinión, porque si no volveremos a recaer en el infantilismo de la izquierda del que hablaba José Mujica, aquel que confunde lo que las cosas son con lo que deberían ser.

A Carmena la hemos votado para que las cosas lleguen a ser como nosotros creemos que deben, no porque por arte de magia, por su simple toma de posesión, vayamos a vivir en una sociedad distinta a la que vivíamos hace dos semanas. Depositar tu confianza en alguien no se limita al momento inicial, sino a un recorrido más largo. Si en la primera curva del trayecto ya queremos bajarnos del coche porque Manuela ha girado por una calle distinta a la que nosotros hubiéramos tomado, no llegaremos a ningún sitio. Permanezcamos unidos y confiemos en nuestra conductora, confiemos en que nos deje en un lugar mejor que el que estamos ahora.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Esperanza Aguirre o la desvergüenza infinita del fascismo.


El 17 de julio de 1936, Esperanza Aguirre, una general derechista del ejército español, se alzó en armas en Melilla contra el gobierno republicano democráticamente elegido, iniciando una sublevación militar que se extendió al resto de España mediante una sangrienta guerra civil que culminaría con la victoria de los rebeldes. Se mantuvo en el poder hasta 1975.

España no fue, sin embargo, el primer país europeo en el que Aguirre triunfaba. Desde 1922 gobernaba en Italia, cuando marchó sobre Roma junto a sus camisas negras en un indisimulado golpe de Estado que contó con la complicidad y la cobardía de la aristocracia italiana. También dominaba Alemania, en la que su victoria democrática de 1933 no pudo disimular durante mucho tiempo su auténtica naturaleza: totalitaria, violenta y criminal.

Durante la Guerra Fría, al frente de la CIA, Esperanza Aguirre contribuyó a derrocar a varios líderes latinoamericanos apoyando a militares golpistas y estableciendo gobiernos títere allí donde pudo: Guatemala, Nicaragua, Argentina… El 11 de septiembre de 1973, toma el poder en Chile después del asesinato de su legítimo presidente, Salvador Allende. Se mantuvo en el poder hasta 1990, gracias, entre otras cosas, al apoyo de Reino Unido (gobernado desde 1979 por Esperanza Aguirre, a la que quizás recordéis por ahogar a la clase obrera británica y recortar sus servicios públicos) y Estados Unidos (gobernado desde 1981 por Esperanza Aguirre, célebre por su ideología ultraconservadora, reducir al mínimo los gastos sociales y disparar los armamentísticos).

Si pensáis que ninguno los hechos anteriormente relatados fueron llevados a cabo por Esperanza Aguirre, he de deciros que os equivocáis: el fascismo es Esperanza Aguirre y Esperanza Aguirre es el fascismo. El más desvergonzado que jamás hayamos conocido.

Aquellos que somos tímidos podemos pensar en el pudor como un mecanismo de defensa que nos salva de hacer el ridículo. Y, en cierto modo, lo es. Pero también es un lastre que en ocasiones te impide alcanzar tu objetivo: todo pudoroso recordamos alguna noche de fiesta en la que, acodados en la barra, conservamos la dignidad intacta, mientras algún amigo desvergonzado se llevaba a casa a la chica que nos gustaba tras ponerse en evidencia con algún baile ridículo. Es por eso que he llegado a pensar que la falta de vergüenza puede ser un salto evolutivo. Pero el caso de Aguirre es distinto.

Igual que algunas plantas y animales cuentan con el veneno como ventaja evolutiva a la que aferrarse para su supervivencia, la alimaña de Esperanza Aguirre se sirve de su desvergüenza para prosperar en el fango en el que acostumbra a moverse.

En la presente campaña electoral hemos visto a Aguirre hacer el ridículo con más ganas que nunca. La hemos visto disfrazada de chulapa:


 La hemos visto cantando en El hormiguero:


Disfrazada de tenista en la Carrera por la Alcaldía (WTF):


Guitarra al hombro disfrazada de rock star:


 Montada sobre una bici:


Incluso la hemos visto disfrazada de persona a la que no le dan asco los negros:


En esta loca escalada de disfraces más propia de un homenaje a Mortadelo, la hemos visto disfrazarse incluso de entrañable sexagenaria, ella que es el ser más chulo, maleducado y matón que jamás hayamos visto.


(A propósito de esto,no todo el mundo lo sabe, pero Esperanza Aguirre vive en plena Malasaña, en un barrio donde se la detesta con especial ahínco y en el que difícilmente puede hacer vida de calle. Mi teoría es que si vive ahí y no en otras zonas en las que incluso la llegarían a adorar -Barrio de Salamanca, Chamberí…- es por su chulería. Su forma de decirnos “os jodéis, que de aquí no me muevo”).

Hemos visto cómo se preguntaba por la prohibición de tocar músico en vivo en muchos locales para descubrir que quien aprobó dicha ley en Madrid fue ella.

La hemos visto reclamar programas a los partidos adversarios cuando ella se presenta sin otro que diez puntos vagos esbozados en una cuartilla.

La hemos visto criticar una posible coalición de las demás fuerzas políticas por ser “una coalición de perdedores” cuando ella alcanzó el poder solo gracias a la compra de dos diputados socialistas corruptos (nunca hay que olvidar que ese fue el punto de partida de la supuesta imbatibilidad de Aguirre).

La hemos visto hacer bandera del imperio de ley después de darse a la fuga de varios policías y casi atropellar a uno de ellos (me intriga mucho cuándo militares –YAK42- y policías se darán cuenta de que son un mero instrumento en manos de la derecha).

La hemos visto proclamarse liberal y criticar las mamandurrias (en referencia a las subvenciones y sueldo públicos), cuando ella lleva viviendo de nuestro dinero toda su vida y tiene colocada a media familia.

La hemos visto decir que si Podemos gana las elecciones no volveremos a votar libremente, cuando ella y su partido manipulan televisiones públicas, llevan a ancianos seniles a votar y modifican las leyes electorales en su beneficio.

En definitiva, si estamos viendo la versión más desvergonzadamente ridícula y mentirosa de Aguirre, es porque siente el aliento de la derrota en la nuca como no lo había hecho antes. Y es por eso que ha intentado recuperar la cómica versión de sí misma que construyó en los 90, cuando apareció en Caiga quien caiga caricaturizada como una bobita entrañable. Entonces, Esperanza Aguirre invirtió la propuesta de Marx y se nos presentó primero como farsa, y después como tragedia. Hoy la farsa es aún mayor si cabe, y apenas podemos llegar a imaginar la dimensión de la tragedia que se nos vendrá encima si gana.

En nuestras manos está que la historia no vuelva a repetirse. En nuestras manos está que el fascismo muera en Madrid.

lunes, 11 de mayo de 2015

Mi amigo culé, Pep Guardiola y la llama eterna del amor verdadero.


A mi amigo culé le dejó la novia el mismo día en que Pep Guardiola anunciaba su marcha del Barcelona, y desde entonces no puede pensar en el uno sin hacerlo también en la otra.

No es que Marta, que así se llama su ex, fuese el primer amor de su vida. Antes de ella hubo algunas otras a las que amó con locura, que le hicieron inmensamente feliz por momentos y terriblemente desdichado en más de una ocasión. Estuvo Gabi, con la que empezó en primero de Bachillerato. Toda una conquista: una chica mucho más guapa que lo que jamás hubiera podido soñar a aspirar mi amigo y sosa como la dieta de un enfermo terminal, con la que ni siquiera llegó a las navidades del primer año universitario al enrollarse ella con un compañero de clase de ADE.

También hubo una francesa de la que no recuerdo el nombre, cinco años mayor que nosotros, que vino a España a completar su tesis en Historia del Arte. La chica respondía hasta tal punto al estereotipo de manic pixie dream girl, que era complicado no pensar que formara parte de un programa de la concejalía de turismo de la capital francesa que buscase perpetuar la irresistible imagen de las chicas parisinas más allá de sus fronteras. La conoció al poco de su llegada y prolongaron el idilio durante toda la beca: diez meses de ensueño en los que él necesitó muy poco para convencerse de que había encontrado a la mujer de su vida, mientras que ella se cepillaba a toda la pandilla. El despertar no fue bonito.

Antes del fin de ese verano, siendo mi amigo aún un cadáver andante, conoció a Marta. Como decía, mi amigo ya había amado antes, y lo ha hecho después, pero nunca de esa forma. Y algo parecido le sucede con el fútbol y con Pep Guardiola.

Mi amigo era el culé de la clase cuando éramos pequeños. No era el único aficionado del Barcelona, pero ninguno lo vivía con la pasión con la que lo hacía él. Por aquella época, ser del Barça poco o nada tenía que ver con subirse al caballo ganador o el gusto casi ascético por la excelencia futbolística. Sí, habíamos presenciado al Barcelona de Cruyff, pero éramos demasiado pequeños como para que fuese poco menos que una leyenda, una realidad no vivida realmente.

Cuando realmente empezamos a enterarnos de qué iba la cosa fue en las ligas de Valdano para el Madrid, de Antic para el Atleti y de Capello, de nuevo para el Madrid. Y no, no es fácil seguir interesándote por el fútbol cuando en tus primeros años Ronaldo llega a tu equipo y te dura solo una temporada.

A pesar de ello, mi amigo conseguía llegar ilusionado cada primer día de clase y nos relataba los temibles fichajes a los que tendríamos que enfrentarnos ese año: Sonny Anderson, Giovanni, Litmanen, Zenden, Overmars, Petit, Alfonso, Gerard, Saviola, Rochemback… Parece mentira, pero algunos de esos jugadores contribuyeron, incluso, a los dos dobletes consecutivos de Van Gaal. Pero no hubo nada bello en aquellas victorias, nada realmente memorable, y mi amigo lo sabe hoy.

Hay pocas cualidades que valore más en la vida que la lealtad. Para mí, es un fin en sí misma: nadie merece mayor castigo que quien traiciona a los suyos, nadie mayor gloria que quien les es fiel. Pero para seguir viendo los partidos del Barça cada domingo en la esperpéntica época de Gaspart hacía falta algo más que lealtad, hacía falta un optimismo casi enfermizo.

En el verano de 2002, mi amigo llevó su optimismo enfebrecido a límites nunca imaginados de dos maneras muy distintas: primero, confiando en que el regreso de Van Gaal y los fichajes de Riquelme, Mendieta, Enke y Sorín harían al Barça campeón; segundo, iniciando una relación a distancia con el corazón aún roto, con alguien a quien apenas conocía en realidad y pocas semanas después de que la francesa se marchase sin despedirse. Por cierto, el destino Erasmus de Marta no era otro que París.

Durante la temporada 2002/2003, mi amigo culé viajó con tanta frecuencia a la capital francesa que terminó entablando amistad con los parroquianos de la taberna en la que, como mínimo, un fin de semana al mes, veía estrellarse al equipo de Van Gaal. Llegado junio, el Barcelona sólo consiguió clasificarse para la UEFA, Marta regresó a Madrid y empezó a buscar piso con mi amigo. Estuvieron juntos nueve años.

Cuando el sorteo de la Champions hizo coincidir al Barcelona y al Bayern en las semifinales de la presente edición, mi amigo tuvo la misma sensación que cuando abrió el mensaje en el que Marta le proponía quedar meses después de haberlo dejado: terror.

Ambos encuentros no solo enfrentaban al Barcelona y a mi amigo con su pasado y con los principales responsables de su felicidad (futbolística y amorosa), sino también con los protagonistas y, en cierto modo, autores de la mejor versión de él mismo (y del Barça) que nunca había existido. Igual que Pep no era solo ganar, sino la forma de ganar, amar a Marta no era solo amar, sino la forma de hacerlo.

Un día, a finales de abril, después de una mala temporada, Marta sentó a mi amigo en la cocina y le dijo: "me voy, porque si sigo, acabaremos haciéndonos daño". No sería la última vez que escucharía esas palabras aquel día.

Entonces pasó por una etapa bastante complicada, pero ha vuelto a estar con chicas e incluso a enamorarse. Más tarde pasó por una etapa aún peor (la del Tata Martino), pero ha vuelto a ilusionarse y a celebrar los goles de Messi. Los respectivos cruces suponían la prueba de fuego de la recuperación.

Hay quien va al encuentro de su ex con ganas de revancha, con voluntad exterminadora, pero ya digo que mi amigo no es así, que mi amigo es leal. Es por eso que el miércoles pasado, cuando el Bayern perdió 3-0, él no sintió alegría alguna. Demasiado castigo le parecía para quien le había dado tanto.

Ahora, al pensar en el partido de vuelta, quizás no llegue a desear que pase el Bayern, pero sí que quiere que ganen y que hagan uno de esos míticos partidos con Pep al mando en el que la derrota acaba adquiriendo un valor moral muy superior a la victoria.

Del reencuentro con Marta, mi amigo salió derrotado por razones de las que no me ha querido hablar. Sí que me explicó, sin embargo, que hasta ese día sentía que ella le había arruinado el amor para siempre porque nunca amaría a nadie como lo había hecho cuando estaban juntos. Al oírlo, me di cuenta de que no era la primera vez que escuchaba esa expresión en boca de mi amigo; la había repetido en infinidad de ocasiones anteriores solo que aplicada al fútbol y con Pep Guardiola como protagonista.

Mi amigo culé es un optimista enfermizo y ya no se pregunta si volverán tiempos tan buenos como los pasados. Simplemente se alegra de haberlos vivido.