domingo, 26 de julio de 2015

Mari y las Superamigas.


Conocí a Mari en 2012 un día que vino a vernos tocar a Rusos en el Costello. Llevaba el pelo largo y asalvajado, que era como lo solía llevar en aquella época, como si se hubiera caracterizado para interpretar a Janis Joplin en una obra musical sobre Woodstock y hubiese acabado a tortas con sus compañeros de reparto.

También llevaba una camiseta muy chula de Steve Urkel y unos vaqueros que le hacían un culo fantástico y que desde entonces conocimos como “pantalones del buen ojete”. Mi amigo Dani y yo nos fijamos en este último aspecto al terminar el concierto, hasta que Mari y sus amigos se acercaron e Iván nos la presentó. Habían estudiado juntos hacía años en la Facultad de Bellas Artes de Altea, donde a Mari se la conocía como Carrie por su apellido, Carrilero.

Aparentemente, nada de esto era nuevo para mí; era la tercera vez que nos presentaban, pero yo no lo recordaba en absoluto. Mari insiste en que en las dos ocasiones anteriores no había conseguido retenerla en mi memoria porque entonces ella estaba bastante más gorda. Y es muy posible que así fuera. De vez en cuando, me alegra disponer de este tipo de anécdotas que rechacen cualquier atisbo de profundidad en mí y corroboren mi condición de hombre superficial: puedes ser la persona más maravillosa del mundo, pero si quieres perdurar en mis recuerdos vas a necesitar un buen culo.

Más tarde esa noche, nos fuimos a una fiesta en una casa invitados por los Templeton, y Mari, con su habitual jovialidad, rápidamente se convirtió en el centro de atención de nuestro pequeño grupito. Muchos de los chicos de la fiesta se le acercaban echando currículums, y eso que tenía una calentura en el labio que también llamaba la atención y que hace que aún hoy de vez en cuando cantemos “el día que te conocí / tenías un herpes muy goooordo”, con el ritmo y la melodía de Los días, de los propios Templeton.

Salimos de esa casa encaminados hacia el piso de Mari, donde sus compañeros estaban dando otra fiesta en la que supuestamente había un montón de chicas. Iván, que ya les conocía, tenía que darnos la dirección, pero no volvió a coger el teléfono en toda la noche. Todo buen depredador sabe lo crucial que resulta eliminar a la competencia. Respect. El resto nos fuimos al Nasti.



Dio la casualidad de que la semana siguiente me volví a encontrar un par de veces con Mari, ya sin calentura, con otros pantalones y con el pelo aún asalvajado. Como siempre que nos veíamos nos reíamos mucho, el día de la segunda coincidencia decidimos dejar aparcados nuestros planes para la tarde y nos fuimos a merendar juntos. Después de mucho discutir sobre si dulce o salado, fuimos a la antigua cafetería que había en la Corredera Alta de San Pablo haciendo esquina con la calle Don Felipe. Este sitio tenía siempre un aire muy oscuro, un tanto deprimente y nada de lo que hacían estaba especialmente bueno. Aún así, me da pena que lo hayan cerrado para abrir un The Good Burger, que es una cadena que me da muy mala espina.

Merendamos una palmereta de chocolate a medias y sendos cafés con leche. Después dimos un paseo por Corredera en el que nos encontramos con uno de mis archienemigos (creo que soy demasiado joven para tener más de un archienemigo) que resultó ser un antiguo compañero de piso de Mari que perdió la cabeza después de enamorarse de ella. Al final va a ser verdad que en el mundo estamos cuatro y los demás son extras.

Nos contamos un montón de tonterías y nos reímos muchísimo. Mari saca a la luz un lado muy payaso de mí que, por mi timidez, suelo reservar para mi círculo más privado. Pero desde que la conozco, esa faceta mía está mucho más presente y a flor de piel. No se me ocurre nada mejor que un amigo pueda ofrecerte que potenciar tu naturaleza, que ayudarte a ser una versión mejor de ti mismo. Desde esa tarde somos íntimos.


A lo largo del año siguiente, Mari también se hizo muy amiga de Elisa, la batería de los Rusos. De entrada, se me ocurren pocas personas que puedan tener formas de ser más opuestas. Elisa, como yo, es todo cinismo y su visión de la vida no es precisamente optimista; y Mari, que en ocasiones parece una mezcla perfecta entre un bebé y una señora mayor, que es mucho más inocente y confía en la bondad del ser humano, no es precisamente así. Sin embargo, pronto se hicieron bastante amigas, lo que hizo a su vez que Eli y yo nos acercásemos aún más.

Evidentemente, Elisa y yo, siendo compañeros de grupo, ya nos teníamos bastante cariño. Nadie está cinco años en un grupo que no tiene éxito llevándose mal con sus demás compañeros. Pero los grupos también acarrean una serie de obligaciones y necesidades que derivan en unas dinámicas bastante particulares y difíciles de entender cuando no se han vivido desde dentro. Se convierten en una especie de familia con sus típicos roles en la que ocasionalmente te encuentras gritándote con los demás miembros para ver qué hacer con la casa del pueblo o cuál es la hora adecuada para comer los domingos.

En ese sentido, creo que Elisa es lo más cercano que estaré nunca de tener una hermana pequeña. No solo por el grupo en sí y sus dinámicas, sino por lo mucho que me recuerda a mí mismo en muchos aspectos. Tanto ella como yo tiramos mucho de coraza a la hora de relacionarnos con el mundo y, de algún modo, tengo la sensación de que desde que conocemos a Mari los aspectos más positivos de nuestra relación se han potenciado. Esa es una de las cosas que más le admiro: su facilidad natural para que la gente se abra y se una en torno a ella.


Desde la primavera pasada hemos gastado muchas horas hablando de tonterías en nuestro grupo de chat, que primero se llamó Superamigas, más tarde ¿Qué coño significa Outfit?, tiempo después La Mari ya sabe lo que significa Outfit y en la actualidad Yo el otro día vi la última peli de los Teleñecos y me gusto muchismo. Cuando Mari nos contó que se iba a ir de Madrid para volver a Altea y centrarse en acabar la tesis doctoral, después de mucho discutir sobre si habíamos reaccionado adecuadamente a la noticia de su marcha o no (nuestra amiga tiene una querencia espectacular por el drama), las Superamigas le hicimos la siguiente camiseta como regalo de cumpleaños adelantado:


Un año después, como aún no sabemos cuándo tendremos un fin de semana libre para poder ir a Altea y darle en mano el regalo de su treinta aniversario, le escribo esto para decirle lo mucho que la quiero, cómo la echo en falta y las ganas que tengo de que regrese a la capital.

martes, 14 de julio de 2015

Dulce pájaro de juventud.


Hace años aprendí, viendo a Paul Newman apaleado en la adaptación cinematográfica que Richard Brooks hizo del libreto de Tennessee Williams, que la mejor manera de ganar algunas peleas es la derrota. El indudable atractivo del perdedor que ha combatido con valentía y a pecho descubierto resulta en ocasiones irresistible, especialmente cuando aquellos contra los que se ha luchado son una panda de matones desalmados que tienen por toda estrategia una sucesión cobarde de golpes bajos y puñaladas traperas. Existe, sin embargo, una condición sine qua non para que la fórmula “derrota honrosa = victoria moral y estética” se cumpla, que no es otra que no rendirse y llegar a pelear de verdad.

Iker Casillas anunció este fin de semana su marcha del Real Madrid después de tres años de tensión pública con parte de la grada y de guerra privada con el palco. Entre los varios reproches que los periodistas de la central lechera y parte de la afición le hacen, no encuentro aquello que de verdad se le puede afear al portero blanco: su sometimiento público incondicional, la falta de pundonor que ha mostrado a la hora de defender su figura, el no haber plantado cara a Florentino Pérez.

Pocos lo recuerdan hoy, pero en la primera temporada de Mourinho en el Madrid, Casillas llegó a abrazar las tesis y tácticas del entrenador portugués en los enfrentamientos contra el Barça. Por aquella época, el portero se sumaba a las tanganas no solo con intención de separar y hacía declaraciones tras los partidos en las que siempre culpaba a los árbitros de las derrotas y acusaba de teatreros a sus compañeros blaugranas de selección (siendo estas las únicas veces en las que Casillas se ha puesto delante de una cámara para hacer algo distinto a decir obviedades o besar a la reportera).

Fue la temporada de los cuatro clásicos seguidos tras la que vino un nuevo cruce en la Supercopa en el que el dedo de Mou enseñó al madridismo el nuevo camino a seguir. Ha de resultar difícil no tener la revelación de que has estado siguiendo al mesías equivocado cuando le ves atacando por la espalda a un rival para correr acobardado después. Iker reflexionó, llamó a Xavi para reconstruir la relación, abandonó la senda del luso y desde entonces es un traidor para la versión oficial del madridismo.

Algo me dice que él es consciente de hasta qué punto se devaluó su figura durante esos meses de sometimiento ciego al mourinhismo, y que quizá por ello ha aceptado tan dócilmente los ataques que se han vertido sobre él, como si fuese la penitencia que debe asumir por haber tenido, aunque se brevemente, un comportamiento que sabe indigno. Sin embargo, lo cierto es que, más allá de reelaboraciones literarias a posteriori, a Iker le han perdido dos cosas: su personalidad y un fallo de cálculo.

Respecto a la primera, ya sabemos que los matones como Florentino y sus lacayos, desde su naturaleza cobarde y rastrera, se amedrentan con aquellos que les hacen frente al tiempo que se crecen con los que se dejan pisotear. Existen personas capaces de consentir lo que sea con tal de evitar un enfrentamiento y existen personas a las que los enfrentamientos directamente les ponen. Iker parece ser de los primeros. En ese sentido, su pusilanimidad contrasta con la actitud del otro capitán, Ramos, repleto de orgullo y dispuesto a no ceder lo más mínimo en su pulso con el presidente.

El fallo de cálculo fue pensar que la afición del Madrid sabría agradecer la lealtad del portero a la hora de defender los intereses y la imagen del club. No se puede tener contento a todo el mundo, y pretender agradar a la panda de descerebrados que ya se habían vuelto en su contra es de una ingenuidad tan tierna como descorazonadora. Mientras tanto, aquellos que sí le apoyaban empezaron a pensar que, igual, más que bueno, Casillas se había vuelto tonto.

Con la marcha de Casillas, toda una generación, aquellos para los que el recuerdo de otro portero en el área del Madrid o de la selección es poco más que una vaga reminiscencia infantil, envejecemos quince años de golpe. Empezará ahora un baile de guardametas, al más mayor de los cuales le sacaremos un mínimo de diez años. Serán peores o mejores, pervivirán más o menos, aunque, sinceramente, creo que será difícil que sean tan buenos e imposible que duren tantos años. Eso sí, ya no será alguien que ha crecido con nosotros, ya no tendremos la sensación de que  bien podría ser nuestro compañero de pupitre al que han situado bajo los palos. Desaparece para muchos de nosotros, en definitiva, uno de los últimos vínculos que seguían conectando al fútbol con la niñez.

Su partida es también una victoria de la mediocridad. Aquellos que querían aparentar ecuanimidad en sus críticas insisten en que Iker no entrenaba bien, se esforzaba poco y que todo lo que consiguió fue gracias a un don natural, comentario propio de quien considera el talento una cualidad bajo sospecha en contraste con el meritoriaje y la fiabilidad del esfuerzo ciego. Pretenden así convertir las paradas de Casillas en una especie de leyenda, de ilusión colectiva, de constructo cuasi religioso que nos inventamos entre todos pero que no fue real. Por suerte, algunos de nosotros aún podemos decir que no estamos locos, que lo recordamos bien, que cuando el gol era insalvable, cuando parecía imposible hacer nada… la pelota no entraba.

Solo un mediocre, un triste o un envidioso puede preferir vivir en un pueblo sin Paul Newman hasta el punto de destrozar su rostro para no tener que presenciar tanta belleza cada día. Solo un mediocre, un triste o un envidioso puede preferir que Iker no juegue en su liga, que no defienda los colores de su equipo.