Conocí a Mari en 2012 un día que vino a vernos tocar a Rusos
en el Costello. Llevaba el pelo largo y asalvajado, que era como lo solía
llevar en aquella época, como si se hubiera caracterizado para interpretar a
Janis Joplin en una obra musical sobre Woodstock y hubiese acabado a tortas con
sus compañeros de reparto.
También llevaba una camiseta muy chula de Steve Urkel y unos
vaqueros que le hacían un culo fantástico y que desde entonces conocimos como
“pantalones del buen ojete”. Mi amigo Dani y yo nos fijamos en este último
aspecto al terminar el concierto, hasta que Mari y sus amigos se acercaron e
Iván nos la presentó. Habían estudiado juntos hacía años en la Facultad de
Bellas Artes de Altea, donde a Mari se la conocía como Carrie por su apellido, Carrilero.
Aparentemente, nada de esto era nuevo para mí; era la
tercera vez que nos presentaban, pero yo no lo recordaba en absoluto. Mari insiste
en que en las dos ocasiones anteriores no había conseguido retenerla en mi
memoria porque entonces ella estaba bastante más gorda. Y es muy posible que
así fuera. De vez en cuando, me alegra disponer de este tipo de anécdotas que
rechacen cualquier atisbo de profundidad en mí y corroboren mi condición de
hombre superficial: puedes ser la persona más maravillosa del mundo, pero si
quieres perdurar en mis recuerdos vas a necesitar un buen culo.
Más tarde esa noche, nos fuimos a una fiesta en una casa
invitados por los Templeton, y Mari, con su habitual jovialidad, rápidamente se
convirtió en el centro de atención de nuestro pequeño grupito. Muchos de los
chicos de la fiesta se le acercaban echando
currículums, y eso que tenía una calentura en el labio que también llamaba
la atención y que hace que aún hoy de vez en cuando cantemos “el día que te
conocí / tenías un herpes muy goooordo”, con el ritmo y la melodía de Los días, de los propios Templeton.
Salimos de esa casa encaminados hacia el piso de Mari, donde
sus compañeros estaban dando otra fiesta en la que supuestamente había un
montón de chicas. Iván, que ya les conocía, tenía que darnos la dirección, pero
no volvió a coger el teléfono en toda la noche. Todo buen depredador sabe lo
crucial que resulta eliminar a la competencia. Respect. El resto nos fuimos al Nasti.
Dio la casualidad de que la semana siguiente me volví a
encontrar un par de veces con Mari, ya sin calentura, con otros pantalones y
con el pelo aún asalvajado. Como siempre que nos veíamos nos reíamos mucho, el
día de la segunda coincidencia decidimos dejar aparcados nuestros planes para
la tarde y nos fuimos a merendar juntos. Después de mucho discutir sobre si
dulce o salado, fuimos a la antigua cafetería que había en la Corredera Alta de
San Pablo haciendo esquina con la calle Don Felipe. Este sitio tenía siempre un
aire muy oscuro, un tanto deprimente y nada de lo que hacían estaba
especialmente bueno. Aún así, me da pena que lo hayan cerrado para abrir un The Good Burger, que es una cadena que
me da muy mala espina.
Merendamos una palmereta de chocolate a medias y sendos
cafés con leche. Después dimos un paseo por Corredera en el que nos encontramos
con uno de mis archienemigos (creo que soy demasiado joven para tener más de un
archienemigo) que resultó ser un antiguo compañero de piso de Mari que perdió
la cabeza después de enamorarse de ella. Al final va a ser verdad que en el
mundo estamos cuatro y los demás son extras.
Nos contamos un
montón de tonterías y nos reímos muchísimo. Mari saca a la luz un lado muy
payaso de mí que, por mi timidez, suelo reservar para mi círculo más privado.
Pero desde que la conozco, esa faceta mía está mucho más presente y a flor de
piel. No se me ocurre nada mejor que un amigo pueda ofrecerte que potenciar tu
naturaleza, que ayudarte a ser una versión mejor de ti mismo. Desde esa tarde
somos íntimos.
A lo largo del año siguiente, Mari también se hizo muy amiga
de Elisa, la batería de los Rusos. De entrada, se me ocurren pocas personas que
puedan tener formas de ser más opuestas. Elisa, como yo, es todo cinismo y su
visión de la vida no es precisamente optimista; y Mari, que en ocasiones parece
una mezcla perfecta entre un bebé y una señora mayor, que es mucho más inocente
y confía en la bondad del ser humano, no es precisamente así. Sin embargo,
pronto se hicieron bastante amigas, lo que hizo a su vez que Eli y yo nos
acercásemos aún más.
Evidentemente, Elisa y yo, siendo compañeros de grupo, ya
nos teníamos bastante cariño. Nadie está cinco años en un grupo que no tiene
éxito llevándose mal con sus demás compañeros. Pero los grupos también acarrean
una serie de obligaciones y necesidades que derivan en unas dinámicas bastante
particulares y difíciles de entender cuando no se han vivido desde dentro. Se
convierten en una especie de familia con sus típicos roles en la que
ocasionalmente te encuentras gritándote con los demás miembros para ver qué
hacer con la casa del pueblo o cuál es la hora adecuada para comer los
domingos.
En ese sentido, creo que Elisa es lo más cercano que estaré
nunca de tener una hermana pequeña. No solo por el grupo en sí y sus dinámicas,
sino por lo mucho que me recuerda a mí mismo en muchos aspectos. Tanto ella
como yo tiramos mucho de coraza a la hora de relacionarnos con el mundo y, de
algún modo, tengo la sensación de que desde que conocemos a Mari los aspectos
más positivos de nuestra relación se han potenciado. Esa es una de las cosas
que más le admiro: su facilidad natural para que la gente se abra y se una en
torno a ella.
Desde la primavera pasada hemos gastado muchas horas
hablando de tonterías en nuestro grupo de chat, que primero se llamó Superamigas, más tarde ¿Qué coño significa Outfit?, tiempo
después La Mari ya sabe lo que significa
Outfit y en la actualidad Yo el otro
día vi la última peli de los Teleñecos y me gusto muchismo. Cuando Mari nos
contó que se iba a ir de Madrid para volver a Altea y centrarse en acabar la
tesis doctoral, después de mucho discutir sobre si habíamos reaccionado
adecuadamente a la noticia de su marcha o no (nuestra amiga tiene una querencia
espectacular por el drama), las Superamigas le hicimos la siguiente camiseta
como regalo de cumpleaños adelantado:
Un año después, como aún no sabemos cuándo tendremos un fin
de semana libre para poder ir a Altea y darle en mano el regalo de su treinta
aniversario, le escribo esto para decirle lo mucho que la quiero, cómo la echo
en falta y las ganas que tengo de que regrese a la capital.